/ miércoles 23 de enero de 2019

Tilo Peralta nos abandonó, después de… ¡cien años!

Desavenencias entre mis callosas manos y la terca sesera, me obligaron a ausentarme por varias semanas de las páginas que con su habitual gentileza nos brinda este su periódico El Sol de Durango.

Se aunaron escabrosos análisis jurídicos que absorbieron parte de la materia gris que la madre naturaleza nos brinda y al paso del tiempo la dosifica con severidad. Por si fuera poco los puntillosos comentarios de mi reservorio de lectores, algunos muy confianzudos, me ubicaron en el casillero de los ninis; pero no, ya les dije mis razones y sé que usted mi dilecto seguidor entenderá y comprenderá. Dicho esto pensemos ahora el asunto sobre el que platicaremos.

¿Huachicoleros, Trump, Maduro, Daniel Ortega, Banco Mundial, las elecciones que se avecinan, la extinción de los partidos políticos y de los políticos? Pudiéramos, más le aconsejo que abordemos un tema mucho más interesante que aquellos triviales rubros. ¿Cómo cual? Bueno, ahí está el fallecimiento de Tilo Peralta. ¿Quién fue? Recientemente entregó su alma y rindió cuentas al Creador. Originario de J. Guadalupe Rodríguez, que sobra decir, es una más de las pintorescas superficies del municipio de Guadalupe Victoria.

Para que desaparezcan sus dudas, Tilo fue un tipazo como los hay en ciudades, poblaciones, rancherías, aldeas y barrios. Pudiera añadir sus generales y características individuales, pero sólo le comentaré una cosa: Tuvo la virtud y el privilegio de vivir cien años, como si fuera curiosa alusión a uno de sus boleros favoritos de la autoría del gran compositor Alberto Cervantes que embelesado escuchaba en boca de los hermanos Martínez Gil.

Aunque era de otro poblado tuve la oportunidad de tratarlo mucho, gracias a la entrañable amistad que lo unió con don Librado Arroyo Maldonado, ni más ni menos que mi santo padre. Tilo nunca se ausentó de su terruño, pero con periodicidad visitaba a mi progenitor.

Se enfrascaban en sus recuerdos saturados de anécdotas, vivencias, incidentes y lo que más me agradaba de sus amenas charlas, es que en ellas jamás había barruntos de amargura, rencor, intriga, envidia o denostaciones. Eran referencias a épocas, hombres y por qué no, mujeres del pasado. El fondo musical era la sintonización de una radiodifusora local que iba desgranando melodías “de aquellas”. Fue en esas “Bitertulias” donde creció mi amor y apego a la música en todas sus manifestaciones.

En su juventud Tilo fue bohemio, parrandero, y andariego. Tranquilo, pausado, prudente; nunca lo vi borracho y menos loco, como sugiere la canción del conjunto Primavera. En una de esas sandungas, cumbanchas como dicen en otros lares, aquí una trasnochada, una bala atravesó una de sus piernas, comprometiendo el fémur, de forma tal que en lo sucesivo esa extremidad dejó de tener flexibilidad, lo que lo obligaba a arrastrarla, pero con todo y ese pequeño plomo no abandonó el gusto por sus largas caminatas, de tal manera que ora nos lo encontrábamos pidiendo “aventón” en Victoria, ora en Allende, Contreras, Amaro, “Pinos” o Dos de Abril; en cualquier circunstancia su saludo era una sonrisa y sus conocidísimas “charras”.

En los sesenta o setenta, su familia se vio envuelta en sangrientos hechos que fueron del conocimiento de la región por la cruenta forma en que se desarrollaron, por fortuna no continuaron. Pablito Márquez, “DJ” en ciernes operaba un equipo de sonido, que como en Durango el “Duende rojo”, en las rancherías amenizaba tanto una boda, bautismo, quinceañera o mitote espontaneo.

Pablito es uno de sus principales panegiristas, biógrafos y compiladores de sus ocurrencias o sucedidos en los que se vio inmerso don Rutilo Peralta… Se cocinaba una carne asada, discada y chicharronada en casa de don Teodoro Cisneros en mero Carrillo Puerto. Fiel a su costumbre y manera de ser, Tilo se autoinvitó, ignoró el engorroso protocolo de las invitaciones y la fastidiosa solemnidad de la indumentaria, en vestimenta casual hizo acto de presencia.

Sin preámbulos se apostó cerca del caso, extrajo un fornido chicharrón y mientras lo enviaba por su tracto traqueal, inquirió: ¿Y cuántos años tiene Chilolo, o sea don Teodoro? Uno de sus consanguíneos respondió: noventa y cinco años mi Tilo. ¡Ah cabrón, exclamó, ya tiene buen rato! Sin imaginar que él duraría un ratote más.

La raza, sabedora de su afición por el picante le preparó un mejunje, más conocido como salsa donde convergieron y abundaron el jalapeño, habanero, serrano y otras especies igual de rijosas y ofensivas. Escanciaron al recipiente en su charola y mientras lo consumía con ironía interrogaron: ¿Qué tal de sabor Tilo? Con los ojos llorosos, lagrimeando y sudoroso respondió en forma lacónica: “mmmmmm… ¡gansito!

Horas después se aprestaba a regresar a casa y antes de partir le increparon: ¡En que se va Tilo!: “Pies a tierra, a pincel, a pespunte, ahí me voy ladereando a buen remo, no llevo ninguna prisa”. Así fue el buen Tilo Peralta que en paz descanse.

Desavenencias entre mis callosas manos y la terca sesera, me obligaron a ausentarme por varias semanas de las páginas que con su habitual gentileza nos brinda este su periódico El Sol de Durango.

Se aunaron escabrosos análisis jurídicos que absorbieron parte de la materia gris que la madre naturaleza nos brinda y al paso del tiempo la dosifica con severidad. Por si fuera poco los puntillosos comentarios de mi reservorio de lectores, algunos muy confianzudos, me ubicaron en el casillero de los ninis; pero no, ya les dije mis razones y sé que usted mi dilecto seguidor entenderá y comprenderá. Dicho esto pensemos ahora el asunto sobre el que platicaremos.

¿Huachicoleros, Trump, Maduro, Daniel Ortega, Banco Mundial, las elecciones que se avecinan, la extinción de los partidos políticos y de los políticos? Pudiéramos, más le aconsejo que abordemos un tema mucho más interesante que aquellos triviales rubros. ¿Cómo cual? Bueno, ahí está el fallecimiento de Tilo Peralta. ¿Quién fue? Recientemente entregó su alma y rindió cuentas al Creador. Originario de J. Guadalupe Rodríguez, que sobra decir, es una más de las pintorescas superficies del municipio de Guadalupe Victoria.

Para que desaparezcan sus dudas, Tilo fue un tipazo como los hay en ciudades, poblaciones, rancherías, aldeas y barrios. Pudiera añadir sus generales y características individuales, pero sólo le comentaré una cosa: Tuvo la virtud y el privilegio de vivir cien años, como si fuera curiosa alusión a uno de sus boleros favoritos de la autoría del gran compositor Alberto Cervantes que embelesado escuchaba en boca de los hermanos Martínez Gil.

Aunque era de otro poblado tuve la oportunidad de tratarlo mucho, gracias a la entrañable amistad que lo unió con don Librado Arroyo Maldonado, ni más ni menos que mi santo padre. Tilo nunca se ausentó de su terruño, pero con periodicidad visitaba a mi progenitor.

Se enfrascaban en sus recuerdos saturados de anécdotas, vivencias, incidentes y lo que más me agradaba de sus amenas charlas, es que en ellas jamás había barruntos de amargura, rencor, intriga, envidia o denostaciones. Eran referencias a épocas, hombres y por qué no, mujeres del pasado. El fondo musical era la sintonización de una radiodifusora local que iba desgranando melodías “de aquellas”. Fue en esas “Bitertulias” donde creció mi amor y apego a la música en todas sus manifestaciones.

En su juventud Tilo fue bohemio, parrandero, y andariego. Tranquilo, pausado, prudente; nunca lo vi borracho y menos loco, como sugiere la canción del conjunto Primavera. En una de esas sandungas, cumbanchas como dicen en otros lares, aquí una trasnochada, una bala atravesó una de sus piernas, comprometiendo el fémur, de forma tal que en lo sucesivo esa extremidad dejó de tener flexibilidad, lo que lo obligaba a arrastrarla, pero con todo y ese pequeño plomo no abandonó el gusto por sus largas caminatas, de tal manera que ora nos lo encontrábamos pidiendo “aventón” en Victoria, ora en Allende, Contreras, Amaro, “Pinos” o Dos de Abril; en cualquier circunstancia su saludo era una sonrisa y sus conocidísimas “charras”.

En los sesenta o setenta, su familia se vio envuelta en sangrientos hechos que fueron del conocimiento de la región por la cruenta forma en que se desarrollaron, por fortuna no continuaron. Pablito Márquez, “DJ” en ciernes operaba un equipo de sonido, que como en Durango el “Duende rojo”, en las rancherías amenizaba tanto una boda, bautismo, quinceañera o mitote espontaneo.

Pablito es uno de sus principales panegiristas, biógrafos y compiladores de sus ocurrencias o sucedidos en los que se vio inmerso don Rutilo Peralta… Se cocinaba una carne asada, discada y chicharronada en casa de don Teodoro Cisneros en mero Carrillo Puerto. Fiel a su costumbre y manera de ser, Tilo se autoinvitó, ignoró el engorroso protocolo de las invitaciones y la fastidiosa solemnidad de la indumentaria, en vestimenta casual hizo acto de presencia.

Sin preámbulos se apostó cerca del caso, extrajo un fornido chicharrón y mientras lo enviaba por su tracto traqueal, inquirió: ¿Y cuántos años tiene Chilolo, o sea don Teodoro? Uno de sus consanguíneos respondió: noventa y cinco años mi Tilo. ¡Ah cabrón, exclamó, ya tiene buen rato! Sin imaginar que él duraría un ratote más.

La raza, sabedora de su afición por el picante le preparó un mejunje, más conocido como salsa donde convergieron y abundaron el jalapeño, habanero, serrano y otras especies igual de rijosas y ofensivas. Escanciaron al recipiente en su charola y mientras lo consumía con ironía interrogaron: ¿Qué tal de sabor Tilo? Con los ojos llorosos, lagrimeando y sudoroso respondió en forma lacónica: “mmmmmm… ¡gansito!

Horas después se aprestaba a regresar a casa y antes de partir le increparon: ¡En que se va Tilo!: “Pies a tierra, a pincel, a pespunte, ahí me voy ladereando a buen remo, no llevo ninguna prisa”. Así fue el buen Tilo Peralta que en paz descanse.