/ miércoles 20 de febrero de 2019

Y Sergio se transformó en: Goyri… la

En las disquisiciones epistemológicas se habla de dualidad, de unicidad. Se sostiene que el hombre es uno y sólo uno, un todo; otras corrientes recurren a la dicotomía y lo bifurcan en dos partes.

Es, dicen, un ser espiritual y sensible. Tiene mente y cuerpo. Lo constituyen el intelecto con sus ideas más elevadas, pero también es sensible, poseedor, presa de sentimientos, afectos, placeres, pasiones y esa laya de sensaciones.

De ellas nace el amor, la bondad, la santidad, la belleza; desgraciadamente también y a contra cara la maldad, la fealdad, la crueldad, la impureza y demás desvalores que se transforman en la negación de la moral, de la ética hasta llegar a categorías que los convencionalismos sociales tachan de faltas; el derecho penal de delitos y la religión católica los considera pecados capitales que en suma son la gula, avaricia, lujuria, pereza, ira, soberbia y envidia. Se pueden tener uno, dos, tres o todos.

A juzgar por los sondeos, censos, evaluaciones, encuestas, básculas de las autoridades sanitarias, y los metomentodo del INEGI, la mayoría de los vivientes del mundo, con acento en los mexicanos, somos pecadores.

Unos porque como en las zonas áridas y páramos del suelo patrio al grito de “todo lo que corre y vuela, va pa’ la cazuela” de hormiga para arriba no perdonamos nada; con un marcado y evidente sobrepeso, negocio de sastres, sastras y costureras. Igualmente gritamos, manoteamos y nos exaltamos llevados por la ira. Vemos a los vecinos, colegas, compañeros y semejantes en general, chiquitos y orejones dentro de nuestra soberbia. En fin, podemos ejemplificar cada uno de aquellos vicios, pero de que son; son; de que existen, existen.

Vea nada más. Hace años Sergio Goyri, figurante en telenovelas cursis y películas que no encajaron en ninguna de las clasificaciones habidas, como tampoco en género alguno, todavía tuvo la osadía y soberbia de mancillar, pisotear y escupir sobre la música. Basado en su pretendida, cuánto ficticia fama, pensó que podía burlar las normas del solfeo y evadir las notas musicales, pero sólo incurrió en delitos graves que para mí no tenían derecho a fianza.

Verá: Se atrevió a cantar; pero no “La mula bronca”, “Las mulas de Garame” o “La hormiga colorada”; ¡no señor mío, destruyó un bolero! No fue cualquier bolero, ese bolero fue ¡Amor perdido, señor de mi vida! De la autoría, no del matacuas; del pichirilo; ¡de Pedro Flores Córdova, mi amigo! Algo peor, ya ni la tizna ¡lo grabó! Por si todo lo anterior fuera poco, ¡se atrevió a venderlo! Y nadie dijo nada, si acaso el beodo profesor Virolo, personaje de la serie cómica “La escuelita”, programa del bigotón Jorge Ortiz de Pinedo, que entre en serio y en broma, pero la verdad asoma, aseguró que dudaba que existiera alguien que cantara más feo que Sergio Goyri.

¡Ah!, pero ahora que el mexicano Alfonso Cuarón por enésima vez es nominado al Oscar, la alegoría del arte más preciada por los cineastas y con el lanzamiento y revelación actoral de la connacional Yalitza Aparicio, despotricó en su contra llevado por la boca, que ninguna conexión tiene con el cerebro, que brilla por su ausencia; pero con unas vísceras impregnadas de envidia, de frustración, de hiel, de desechos.

Con esa impotencia de no haber alcanzado un crédito más allá del reparto de sus obscuras películas o escondidas en las carteleras o marquesinas teatrales. Qué pobreza, qué miseria humana el injuriar a una dama que al contrario de muchos mediocres, lucha por enaltecer el águila azteca en el concierto internacional.

Quizá Sergio “Goyri…la”, esperaba que sus bodrios: Los hermanos Mata, El trono del infierno, El homicida, Perro rabioso, El perrón de Jalisco, Las borrachas, Pedro Navaja, Sangre de matones, El regreso del pelavacas, Los matones de mi pueblo, Venganza entre narcos, Correteado por la muerte, Violento hasta los huesos, Los machos están fatigados, Asesino de narcos y una retahíla de mugreros; no sé quien, alguien igual que él las incluyera en esa ceremonia internacional, con el ánimo de que fuera seleccionada en alguna de las categorías que analizan los expertos año con año para premiar la creatividad de guionistas, autores, actores, directores y personal en general que interviene para esas obras sean convertidas en películas que motiven, que muevan la conciencia en busca de la aplicación de los valores, valga la redundancia, universales.

Como suele decirse en el lenguaje forense, por cuerda separada no sé si de común acuerdo o ellas por su cuenta, un grupo de encueratrices baratas que han incursionado en el mundillo del espectáculo, avaladas ni siquiera por sus atributos físicos naturales, sino por obra del bisturí, del silicón y otros rellenos subcutáneos que agrandan aquellas partes, amenazaron con hacer un bloque para oponerse ante quien corresponda a la nominación de la oaxaqueña de quien consideran no tiene las credenciales suficientes para aspirar al galardón, dentro de su ignorancia ignoran (sic) que precisamente por su noviciado fue escogida gracias al logrado papel que le asignaron en la internacionalmente aclamada “Roma”, entre muchas otras consideraciones no caprichosas ni subjetivas, sino aspectos preceptivos en la materia.

En las disquisiciones epistemológicas se habla de dualidad, de unicidad. Se sostiene que el hombre es uno y sólo uno, un todo; otras corrientes recurren a la dicotomía y lo bifurcan en dos partes.

Es, dicen, un ser espiritual y sensible. Tiene mente y cuerpo. Lo constituyen el intelecto con sus ideas más elevadas, pero también es sensible, poseedor, presa de sentimientos, afectos, placeres, pasiones y esa laya de sensaciones.

De ellas nace el amor, la bondad, la santidad, la belleza; desgraciadamente también y a contra cara la maldad, la fealdad, la crueldad, la impureza y demás desvalores que se transforman en la negación de la moral, de la ética hasta llegar a categorías que los convencionalismos sociales tachan de faltas; el derecho penal de delitos y la religión católica los considera pecados capitales que en suma son la gula, avaricia, lujuria, pereza, ira, soberbia y envidia. Se pueden tener uno, dos, tres o todos.

A juzgar por los sondeos, censos, evaluaciones, encuestas, básculas de las autoridades sanitarias, y los metomentodo del INEGI, la mayoría de los vivientes del mundo, con acento en los mexicanos, somos pecadores.

Unos porque como en las zonas áridas y páramos del suelo patrio al grito de “todo lo que corre y vuela, va pa’ la cazuela” de hormiga para arriba no perdonamos nada; con un marcado y evidente sobrepeso, negocio de sastres, sastras y costureras. Igualmente gritamos, manoteamos y nos exaltamos llevados por la ira. Vemos a los vecinos, colegas, compañeros y semejantes en general, chiquitos y orejones dentro de nuestra soberbia. En fin, podemos ejemplificar cada uno de aquellos vicios, pero de que son; son; de que existen, existen.

Vea nada más. Hace años Sergio Goyri, figurante en telenovelas cursis y películas que no encajaron en ninguna de las clasificaciones habidas, como tampoco en género alguno, todavía tuvo la osadía y soberbia de mancillar, pisotear y escupir sobre la música. Basado en su pretendida, cuánto ficticia fama, pensó que podía burlar las normas del solfeo y evadir las notas musicales, pero sólo incurrió en delitos graves que para mí no tenían derecho a fianza.

Verá: Se atrevió a cantar; pero no “La mula bronca”, “Las mulas de Garame” o “La hormiga colorada”; ¡no señor mío, destruyó un bolero! No fue cualquier bolero, ese bolero fue ¡Amor perdido, señor de mi vida! De la autoría, no del matacuas; del pichirilo; ¡de Pedro Flores Córdova, mi amigo! Algo peor, ya ni la tizna ¡lo grabó! Por si todo lo anterior fuera poco, ¡se atrevió a venderlo! Y nadie dijo nada, si acaso el beodo profesor Virolo, personaje de la serie cómica “La escuelita”, programa del bigotón Jorge Ortiz de Pinedo, que entre en serio y en broma, pero la verdad asoma, aseguró que dudaba que existiera alguien que cantara más feo que Sergio Goyri.

¡Ah!, pero ahora que el mexicano Alfonso Cuarón por enésima vez es nominado al Oscar, la alegoría del arte más preciada por los cineastas y con el lanzamiento y revelación actoral de la connacional Yalitza Aparicio, despotricó en su contra llevado por la boca, que ninguna conexión tiene con el cerebro, que brilla por su ausencia; pero con unas vísceras impregnadas de envidia, de frustración, de hiel, de desechos.

Con esa impotencia de no haber alcanzado un crédito más allá del reparto de sus obscuras películas o escondidas en las carteleras o marquesinas teatrales. Qué pobreza, qué miseria humana el injuriar a una dama que al contrario de muchos mediocres, lucha por enaltecer el águila azteca en el concierto internacional.

Quizá Sergio “Goyri…la”, esperaba que sus bodrios: Los hermanos Mata, El trono del infierno, El homicida, Perro rabioso, El perrón de Jalisco, Las borrachas, Pedro Navaja, Sangre de matones, El regreso del pelavacas, Los matones de mi pueblo, Venganza entre narcos, Correteado por la muerte, Violento hasta los huesos, Los machos están fatigados, Asesino de narcos y una retahíla de mugreros; no sé quien, alguien igual que él las incluyera en esa ceremonia internacional, con el ánimo de que fuera seleccionada en alguna de las categorías que analizan los expertos año con año para premiar la creatividad de guionistas, autores, actores, directores y personal en general que interviene para esas obras sean convertidas en películas que motiven, que muevan la conciencia en busca de la aplicación de los valores, valga la redundancia, universales.

Como suele decirse en el lenguaje forense, por cuerda separada no sé si de común acuerdo o ellas por su cuenta, un grupo de encueratrices baratas que han incursionado en el mundillo del espectáculo, avaladas ni siquiera por sus atributos físicos naturales, sino por obra del bisturí, del silicón y otros rellenos subcutáneos que agrandan aquellas partes, amenazaron con hacer un bloque para oponerse ante quien corresponda a la nominación de la oaxaqueña de quien consideran no tiene las credenciales suficientes para aspirar al galardón, dentro de su ignorancia ignoran (sic) que precisamente por su noviciado fue escogida gracias al logrado papel que le asignaron en la internacionalmente aclamada “Roma”, entre muchas otras consideraciones no caprichosas ni subjetivas, sino aspectos preceptivos en la materia.