/ domingo 5 de julio de 2020

Atrapados en el pasado

No queremos que nos hablen de historia. La idea que tienen de ella no dista mucho de la interpretación oficial que nos vendía el régimen posrevolucionario.

Nos muestran una historia de juguete donde todos los grandes procesos se reducen a una eterna lucha entre buenos y malos en la que, por supuesto, ellos mismos encarnan la bondad y el heroísmo de aquellos próceres de los que se creen descendientes.

Tampoco necesitamos que nos recuerden a cada instante el pasado inmediato. Sabemos perfectamente de la corrupción, ineficacia y hasta la criminalidad de muchos de los actores políticos de las últimas décadas. Como no saben qué hacer con el presente, ni tienen una idea clara sobre futuro, nos invocan ante cualquier crítica lo ocurrido como si eso los deslindara de la responsabilidad de su ineptitud cotidiana.

O si van a hacerlo háganlo sin parcialidades, pues al parecer no se habla mucho hoy en día de la famosa caída del sistema, fraude emblemático del periodo neoliberal. Su ejecutor sigue campante acumulando casas, impunidad y contratos para sus hijos como lo hacía en el viejo régimen, que en realidad es el mismo pero disfrazado de dudosa honestidad.

Pero la continuidad del régimen no sólo se da al interior. Como Salinas en el 94, AMLO se ufana orgulloso de un tratado comercial (neoliberal) que rescatará a México del atraso económico (autoinfligido) en el que se encuentra.

Por si fuera poco, y de nuevo igual que el propio Salinas en el año 92 con Bush padre, Obrador hará una visita a los Estados Unidos por órdenes de Trump en medio de la campaña presidencial en la que la presencia del mandatario mexicano es meramente protocolaria y con fines electorales, donde el único beneficiado será el presidente norteamericano más hostil a nuestro país de la historia reciente. Entreguismo vergonzoso de un presidente de la vieja izquierda que presume dignidad nacionalista hasta que el Tío Sam le truena los dedos.

Sus más fieles seguidores han oído el llamado de la tribu a radicalizarse con la consigna “se está con la transformación o se está en contra” que no es más que un eufemismo de quiere decir “o se está conmigo, o se está contra mí”. Ello obedece a la frustración, a la necesidad compulsiva de confrontar, de imaginar enemigos y conspiraciones.

La pandemia cuyo origen no es culpa del gobierno pero sí su mal manejo, está dejando estragos económicos y sanitarios que no alcanzan a resolverse con estampitas religiosas ni decálogos de superación personal barata que sólo provocan relajamiento social en el confinamiento y el descrédito a las recomendaciones de las autoridades de salud.

Con una crisis que no cede a las oraciones ni a las buenas intenciones y una violencia en aumento que no sabe de abrazos ni de militares vestidos de guardias civiles, la alusión constante al pasado está dejando de tener el efecto social que tuvo hace dos años. Aquello de “¿y por qué antes no decías nada de…?” no basta para atenuar el clamor de resultados que exige la población. Esa muletilla que utilizan constantemente sus seguidores aplicará pronto para ellos mismos. Están callando como momias, y se los vamos a recordar.

Las recientes encuestas, que pronto serán denostadas por los mismos que las presumían hace poco como si fueran indicadores de buen gobierno, muestran una disminución considerable de la aprobación al presidente y su partido. Su único alivio es tener una oposición partidista totalmente desdibujada, tema que merece un comentario aparte.

No queremos que nos hablen de historia. La idea que tienen de ella no dista mucho de la interpretación oficial que nos vendía el régimen posrevolucionario.

Nos muestran una historia de juguete donde todos los grandes procesos se reducen a una eterna lucha entre buenos y malos en la que, por supuesto, ellos mismos encarnan la bondad y el heroísmo de aquellos próceres de los que se creen descendientes.

Tampoco necesitamos que nos recuerden a cada instante el pasado inmediato. Sabemos perfectamente de la corrupción, ineficacia y hasta la criminalidad de muchos de los actores políticos de las últimas décadas. Como no saben qué hacer con el presente, ni tienen una idea clara sobre futuro, nos invocan ante cualquier crítica lo ocurrido como si eso los deslindara de la responsabilidad de su ineptitud cotidiana.

O si van a hacerlo háganlo sin parcialidades, pues al parecer no se habla mucho hoy en día de la famosa caída del sistema, fraude emblemático del periodo neoliberal. Su ejecutor sigue campante acumulando casas, impunidad y contratos para sus hijos como lo hacía en el viejo régimen, que en realidad es el mismo pero disfrazado de dudosa honestidad.

Pero la continuidad del régimen no sólo se da al interior. Como Salinas en el 94, AMLO se ufana orgulloso de un tratado comercial (neoliberal) que rescatará a México del atraso económico (autoinfligido) en el que se encuentra.

Por si fuera poco, y de nuevo igual que el propio Salinas en el año 92 con Bush padre, Obrador hará una visita a los Estados Unidos por órdenes de Trump en medio de la campaña presidencial en la que la presencia del mandatario mexicano es meramente protocolaria y con fines electorales, donde el único beneficiado será el presidente norteamericano más hostil a nuestro país de la historia reciente. Entreguismo vergonzoso de un presidente de la vieja izquierda que presume dignidad nacionalista hasta que el Tío Sam le truena los dedos.

Sus más fieles seguidores han oído el llamado de la tribu a radicalizarse con la consigna “se está con la transformación o se está en contra” que no es más que un eufemismo de quiere decir “o se está conmigo, o se está contra mí”. Ello obedece a la frustración, a la necesidad compulsiva de confrontar, de imaginar enemigos y conspiraciones.

La pandemia cuyo origen no es culpa del gobierno pero sí su mal manejo, está dejando estragos económicos y sanitarios que no alcanzan a resolverse con estampitas religiosas ni decálogos de superación personal barata que sólo provocan relajamiento social en el confinamiento y el descrédito a las recomendaciones de las autoridades de salud.

Con una crisis que no cede a las oraciones ni a las buenas intenciones y una violencia en aumento que no sabe de abrazos ni de militares vestidos de guardias civiles, la alusión constante al pasado está dejando de tener el efecto social que tuvo hace dos años. Aquello de “¿y por qué antes no decías nada de…?” no basta para atenuar el clamor de resultados que exige la población. Esa muletilla que utilizan constantemente sus seguidores aplicará pronto para ellos mismos. Están callando como momias, y se los vamos a recordar.

Las recientes encuestas, que pronto serán denostadas por los mismos que las presumían hace poco como si fueran indicadores de buen gobierno, muestran una disminución considerable de la aprobación al presidente y su partido. Su único alivio es tener una oposición partidista totalmente desdibujada, tema que merece un comentario aparte.