/ sábado 26 de febrero de 2022

Beligerancia y negación del Derecho y derechos

Las últimas noticias en torno a la “operación militar especial” de Rusia en contra de Ucrania han sacudido al mundo, al punto de que ya hay personas que vaticinan una tercera guerra mundial o algo parecido a ello.

Desde luego, ojalá que ese pronóstico no se llegue a materializar ni en esta ocasión ni en ningún otro enfrentamiento futuro de estos países o de cualesquiera otros que dejan la diplomacia de lado y contribuyen al belicismo, una de las más marcadas violaciones y negaciones tanto del Derecho como de los derechos fundamentales a escala planetaria.

A ninguna de las partes de un potencial cruce bélico les puede asistir la razón cuando reducen a su mínima expresión la paz y seguridad internacionales -si no es que de plano las difuminan con su quehacer-, las que no sólo se configuran como objetivos compartidos de las Naciones Unidas sino como ideales presentes y futuros para una convivencia efectiva en cualquier latitud.

Se equivoca Rusia al anteponer sus intereses geopolíticos y sus estrategias “soberanas” a la calma que debe imperar en pleno siglo XXI, donde parece que no hemos aprendido de la lamentable experiencia de las dos grandes guerras de la pasada centuria. Por igual, yerra Occidente -Estados Unidos en particular- cuando alimenta el conflicto y cuando, como hemos dicho en estas mismas páginas editoriales, no replantea la teleología de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Las superpotencias no muestran un liderazgo de cepa, ya que abusan del poder a través de la amenaza, la coacción y la falta de legitimidad de muchas de sus actividades; por virtud de tales circunstancias, el Estado constitucional y democrático de Derecho resulta seriamente erosionado.

Como en todo escenario de potencial guerra, quienes pierden son las miles de personas afectadas por la barbarie, la calamidad y el desastre que ocasionan las armas de fuego y las avanzadas militares. También el Derecho Internacional, la diplomacia y el seno de la comunidad de países representada en las Naciones Unidas sufren una estrepitosa derrota, misma que resulta indispensable revertir en el corto plazo, pues las consecuencias pueden ser aún más lamentables.

Ya hemos recordado en otras ocasiones cómo el gran filósofo Luigi Ferrajoli ha dicho que la guerra es la negación del Derecho -y, desde luego, del conjunto de los derechos humanos- y ha explicado con cabal profundidad las “razones jurídicas del pacifismo”. Siempre es importante recurrir a sus postulados que, además de ofrecer enseñanzas, proponen soluciones de gran calado para los múltiples problemas que amenazan a la totalidad de la tierra, porque como no podía ser de otra manera, y por virtud del fenómeno globalizador, los sucesos que se presentan en una zona geográfica impactan en las demás.

El constitucionalismo garantista se encarga de combatir las emergencias que nos acechan siempre con la fuerza de la Constitución, el imperio de la ley y la reivindicación de los derechos.

Finalmente, y además de las razones humanitarias que adquieren total prioridad, el desencuentro de Moscú y Kiev arroja además repercusiones económicas, sociales y culturales.

En efecto, los mercados globales se ponen nerviosos, se incrementa el riesgo de una gran inflación, se producen éxodos ante el temor y se extravía la identidad de las personas inocentes que quedan a merced de gobernantes sin empatía. Esperemos que impere la razón, que haya voluntad política y se recupere tanto la conciencia como el sentido de la responsabilidad.

Las últimas noticias en torno a la “operación militar especial” de Rusia en contra de Ucrania han sacudido al mundo, al punto de que ya hay personas que vaticinan una tercera guerra mundial o algo parecido a ello.

Desde luego, ojalá que ese pronóstico no se llegue a materializar ni en esta ocasión ni en ningún otro enfrentamiento futuro de estos países o de cualesquiera otros que dejan la diplomacia de lado y contribuyen al belicismo, una de las más marcadas violaciones y negaciones tanto del Derecho como de los derechos fundamentales a escala planetaria.

A ninguna de las partes de un potencial cruce bélico les puede asistir la razón cuando reducen a su mínima expresión la paz y seguridad internacionales -si no es que de plano las difuminan con su quehacer-, las que no sólo se configuran como objetivos compartidos de las Naciones Unidas sino como ideales presentes y futuros para una convivencia efectiva en cualquier latitud.

Se equivoca Rusia al anteponer sus intereses geopolíticos y sus estrategias “soberanas” a la calma que debe imperar en pleno siglo XXI, donde parece que no hemos aprendido de la lamentable experiencia de las dos grandes guerras de la pasada centuria. Por igual, yerra Occidente -Estados Unidos en particular- cuando alimenta el conflicto y cuando, como hemos dicho en estas mismas páginas editoriales, no replantea la teleología de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Las superpotencias no muestran un liderazgo de cepa, ya que abusan del poder a través de la amenaza, la coacción y la falta de legitimidad de muchas de sus actividades; por virtud de tales circunstancias, el Estado constitucional y democrático de Derecho resulta seriamente erosionado.

Como en todo escenario de potencial guerra, quienes pierden son las miles de personas afectadas por la barbarie, la calamidad y el desastre que ocasionan las armas de fuego y las avanzadas militares. También el Derecho Internacional, la diplomacia y el seno de la comunidad de países representada en las Naciones Unidas sufren una estrepitosa derrota, misma que resulta indispensable revertir en el corto plazo, pues las consecuencias pueden ser aún más lamentables.

Ya hemos recordado en otras ocasiones cómo el gran filósofo Luigi Ferrajoli ha dicho que la guerra es la negación del Derecho -y, desde luego, del conjunto de los derechos humanos- y ha explicado con cabal profundidad las “razones jurídicas del pacifismo”. Siempre es importante recurrir a sus postulados que, además de ofrecer enseñanzas, proponen soluciones de gran calado para los múltiples problemas que amenazan a la totalidad de la tierra, porque como no podía ser de otra manera, y por virtud del fenómeno globalizador, los sucesos que se presentan en una zona geográfica impactan en las demás.

El constitucionalismo garantista se encarga de combatir las emergencias que nos acechan siempre con la fuerza de la Constitución, el imperio de la ley y la reivindicación de los derechos.

Finalmente, y además de las razones humanitarias que adquieren total prioridad, el desencuentro de Moscú y Kiev arroja además repercusiones económicas, sociales y culturales.

En efecto, los mercados globales se ponen nerviosos, se incrementa el riesgo de una gran inflación, se producen éxodos ante el temor y se extravía la identidad de las personas inocentes que quedan a merced de gobernantes sin empatía. Esperemos que impere la razón, que haya voluntad política y se recupere tanto la conciencia como el sentido de la responsabilidad.