/ viernes 9 de agosto de 2019

Chovinismo, discursos y crímenes de odio

“Cuando odiamos a alguien, odiamos en su imagen algo que está dentro de nosotros”.- Hermann Hesse

Los lamentables acontecimientos de los últimos días en Estados Unidos tienen como telón de fondo la difusión, propagación e instalación del odio en una significativa porción del discurso colectivo.

Son una muestra más de que ese odio es totalmente peligroso porque al ser tomado como un referente por algunos desequilibrados mentales se llega a tragedias que no tendrían por qué suceder en plenas épocas del multiculturalismo, la tolerancia y la heterogeneidad social.

Pareciera ser que en muchos lugares del mundo, parafraseando a Juan Villoro, la globalización llegó en calidad de ruina. Lo que es más: ni siquiera se necesita un odio palmario, latente, constante y sonante sino apenas un esbozo, un atisbo del mismo para que tenga verificativo una masacre como las presentadas recientemente y en años pasados.

Miles de personas han muerto a lo largo de la historia a causa de los discursos y los crímenes de odio. Múltiples familias se han destrozado por la ira, el coraje, la falta de razón, los radicalismos y la mezquindad de personas que no creen en la integración sino en el aislamiento.

Lo más indignante de todo es que este tipo de acontecimientos acaecen en plena contemporaneidad, después de diversas guerras y conflictos bélicos desencadenados precisamente por este tipo de cuestiones. Parece que para algunos no es necesario aprender de nuestros errores ni construir estrategias que apelen a la solidaridad como virtud fundamental.

El odio suele ser un recurso político y electoral sumamente sórdido que suele mover a las masas. La demagogia que sale de las peroratas de políticos de extrema derecha a lo largo y ancho del orbe en muchas de las ocasiones lleva una profunda carga de irresponsabilidad. Las arengas a una multitud que ve en la inclusión, el flujo de personas y la migración una serie de fenómenos nocivos para el statu quo, terminan por descontextualizarse y contribuyen a una caída al vacío, al precipicio.

Los nacionalismos exacerbados, simple y sencillamente, no son compatibles con el siglo XXI aunque a veces pareciera lo contrario, todo lo contrario en cuanto tal. El nacionalismo se distorsiona con regularidad para convertirse en un chovinismo.

El chovinismo propicia el racismo, el clasismo, la discriminación, la desigualdad y, por ende, el odio. Se equipara al egoísmo en un grado mucho más acentuado y pronunciado, y es una especie de narcicismo social por virtud de lo cual sólo lo propio vale la pena, sólo lo propio es digno y sólo lo propio es encomiable, con la consecuencia de que todo lo demás queda relegado a un segundo plano, pisoteándolo de forma inmisericorde.

Según Hannah Arendt, el chovinismo se asienta en el orgullo nacional y nacionalista, con el “ismo” añadido no de forma gratuita. Lo nacional se distingue de lo nacionalista en lo extremo y lo excesivo de este último. Lo nacional es hasta cierto punto natural, pero cuando arrecia faltando a la razón, entonces se crea un clima de tensión con lo que no es ni nacional ni nacionalista. Esa tensión, por supuesto, mal canalizada genera riesgos que se van apilando uno tras otro de manera sigilosa.

Ahora bien, sobre delitos y crímenes de odio precisiones conceptuales sobran. La Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa define al “delito de odio” como aquella infracción penal, incluyendo infracciones contra las personas o las propiedades, donde la víctima, el local o el objetivo de la infracción se elija por su, real o percibida, conexión, simpatía, filiación, apoyo o pertenencia a un grupo, basándose éste en una característica común de sus miembros, como su “orientación o identidad sexual” real o percibida.

Mientras tanto, la Comisión Europea contra el Racismo y la Intolerancia identifica al “discurso de odio” como el uso de una o más formas de expresión específicas (por ejemplo la defensa, promoción o instigación del odio, la humillación o el menosprecio de una persona o grupo de personas, así como el acoso, descrédito, difusión de estereotipos negativos o estigmatización o amenaza con respecto a dicha persona o grupo de personas y la justificación de esas manifestaciones) basada en una lista no exhaustiva de características personales o estados que incluyen la raza, color, idioma, religión o creencias, nacionalidad u origen nacional o étnico al igual que la ascendencia, edad, discapacidad, sexo, género, identidad de género y orientación sexual.

No nos confundamos: Los discursos de odio son un crimen en sí mismo. Cuando discursos y crímenes de odio se conjugan con el chovinismo, el resultado no es nada halagüeño. Es ya, y desde siempre, un deber de la comunidad internacional hacer todo lo necesario para erradicar este mal que es una de las grandes amenazas hoy en día.


“Cuando odiamos a alguien, odiamos en su imagen algo que está dentro de nosotros”.- Hermann Hesse

Los lamentables acontecimientos de los últimos días en Estados Unidos tienen como telón de fondo la difusión, propagación e instalación del odio en una significativa porción del discurso colectivo.

Son una muestra más de que ese odio es totalmente peligroso porque al ser tomado como un referente por algunos desequilibrados mentales se llega a tragedias que no tendrían por qué suceder en plenas épocas del multiculturalismo, la tolerancia y la heterogeneidad social.

Pareciera ser que en muchos lugares del mundo, parafraseando a Juan Villoro, la globalización llegó en calidad de ruina. Lo que es más: ni siquiera se necesita un odio palmario, latente, constante y sonante sino apenas un esbozo, un atisbo del mismo para que tenga verificativo una masacre como las presentadas recientemente y en años pasados.

Miles de personas han muerto a lo largo de la historia a causa de los discursos y los crímenes de odio. Múltiples familias se han destrozado por la ira, el coraje, la falta de razón, los radicalismos y la mezquindad de personas que no creen en la integración sino en el aislamiento.

Lo más indignante de todo es que este tipo de acontecimientos acaecen en plena contemporaneidad, después de diversas guerras y conflictos bélicos desencadenados precisamente por este tipo de cuestiones. Parece que para algunos no es necesario aprender de nuestros errores ni construir estrategias que apelen a la solidaridad como virtud fundamental.

El odio suele ser un recurso político y electoral sumamente sórdido que suele mover a las masas. La demagogia que sale de las peroratas de políticos de extrema derecha a lo largo y ancho del orbe en muchas de las ocasiones lleva una profunda carga de irresponsabilidad. Las arengas a una multitud que ve en la inclusión, el flujo de personas y la migración una serie de fenómenos nocivos para el statu quo, terminan por descontextualizarse y contribuyen a una caída al vacío, al precipicio.

Los nacionalismos exacerbados, simple y sencillamente, no son compatibles con el siglo XXI aunque a veces pareciera lo contrario, todo lo contrario en cuanto tal. El nacionalismo se distorsiona con regularidad para convertirse en un chovinismo.

El chovinismo propicia el racismo, el clasismo, la discriminación, la desigualdad y, por ende, el odio. Se equipara al egoísmo en un grado mucho más acentuado y pronunciado, y es una especie de narcicismo social por virtud de lo cual sólo lo propio vale la pena, sólo lo propio es digno y sólo lo propio es encomiable, con la consecuencia de que todo lo demás queda relegado a un segundo plano, pisoteándolo de forma inmisericorde.

Según Hannah Arendt, el chovinismo se asienta en el orgullo nacional y nacionalista, con el “ismo” añadido no de forma gratuita. Lo nacional se distingue de lo nacionalista en lo extremo y lo excesivo de este último. Lo nacional es hasta cierto punto natural, pero cuando arrecia faltando a la razón, entonces se crea un clima de tensión con lo que no es ni nacional ni nacionalista. Esa tensión, por supuesto, mal canalizada genera riesgos que se van apilando uno tras otro de manera sigilosa.

Ahora bien, sobre delitos y crímenes de odio precisiones conceptuales sobran. La Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa define al “delito de odio” como aquella infracción penal, incluyendo infracciones contra las personas o las propiedades, donde la víctima, el local o el objetivo de la infracción se elija por su, real o percibida, conexión, simpatía, filiación, apoyo o pertenencia a un grupo, basándose éste en una característica común de sus miembros, como su “orientación o identidad sexual” real o percibida.

Mientras tanto, la Comisión Europea contra el Racismo y la Intolerancia identifica al “discurso de odio” como el uso de una o más formas de expresión específicas (por ejemplo la defensa, promoción o instigación del odio, la humillación o el menosprecio de una persona o grupo de personas, así como el acoso, descrédito, difusión de estereotipos negativos o estigmatización o amenaza con respecto a dicha persona o grupo de personas y la justificación de esas manifestaciones) basada en una lista no exhaustiva de características personales o estados que incluyen la raza, color, idioma, religión o creencias, nacionalidad u origen nacional o étnico al igual que la ascendencia, edad, discapacidad, sexo, género, identidad de género y orientación sexual.

No nos confundamos: Los discursos de odio son un crimen en sí mismo. Cuando discursos y crímenes de odio se conjugan con el chovinismo, el resultado no es nada halagüeño. Es ya, y desde siempre, un deber de la comunidad internacional hacer todo lo necesario para erradicar este mal que es una de las grandes amenazas hoy en día.