/ viernes 7 de junio de 2019

Derrotar al abstencionismo

“¿Cómo puedes saber si es la decisión correcta si nunca la tomas?”.- Anónimo

Además de la reconfiguración política que trajeron consigo las elecciones del pasado domingo en las entidades federativas que acudieron a las urnas, Durango incluida, es de obligada reflexión a partir de los resultados de las mismas.

Cómo se ha vuelto a enseñorear el abstencionismo como un lacerante fenómeno que erosiona la representación, la legitimidad y el civismo, pues es la antítesis de la participación y de las fiestas democráticas que, teóricamente, deberían ser todas las jornadas comiciales.

Mucho debemos pensar para generar acciones y reacciones que puedan contribuir a modificar esta decepcionante situación que a todos afecta, pues no olvidemos que la concepción de la sociedad civil parte de su activismo, su compromiso y la asunción plena de sus responsabilidades, derechos y obligaciones.

A mayor abstencionismo, sin duda alguna, menos involucramiento en la toma de decisiones e interrelación entre gobernantes y gobernados; ambas cuestiones se entienden, ni más ni menos, como condicionamientos de la democracia.

Lo anterior es así porque, en principio de cuentas, una de las decisiones más importantes que debe tomar un ciudadano es otorgarle su sufragio a la alternativa política que considere más convincente o, en su caso, no votar por nadie pero hacerlo de manera institucionalizada, a través de mecanismos como el voto nulo o el voto en blanco.

Por otro lado, nunca habrá una sinergia positiva entre las autoridades y los miembros de la colectividad por entero si se desprecia y desdeña un acto tan relevante como la renovación de los poderes públicos. La consecuencia de todo lo anterior es que el sistema democrático es el que queda en entredicho.

Parecería que la identificación dual del voto tanto como un derecho como una obligación es un lugar común, pero lo cierto es que la experiencia empírica y la práctica dicen, muestran y constatan otra cosa, lo cual quizá tenga que ver con la ausencia de una sanción efectiva para todos aquellos que no sufraguen.

Sin embargo, lo que igualmente se pone de manifiesto es que escasea una cultura política a partir de la cual se dimensione adecuadamente la importancia del voto y del resto de procesos democráticos. Mientras esto siga así, difícilmente se robustecerá la calidad ciudadana y el conjunto de la institucionalidad en cuanto tal.

¿Votar por el menos peor? Aunque no sea lo más sano ni lo más deseable, plantearse este tipo de disyuntivas es necesario como parte de las exigencias que la auténtica calidad de ciudadano trae consigo. Todos quisiéramos contar con candidatas y candidatos a la altura de los retos de la contemporaneidad, perfiles aptos para llevar a buen puerto las demandas sociales; sin embargo, es bien sabido que esto a veces brilla por su ausencia, por lo que surge la necesidad de vislumbrar cuál opción es la menos dañina.

Tampoco se trata, por supuesto, de tener una kakistocracia, o sea, un gobierno de los peores, como lúcidamente lo acuñó el extraordinario politólogo italiano Michelangelo Bovero; no se pueden dar cheques en blanco con tal de votar por votar. Los ejercicios de contrastación de ideas, en este sentido, ayudan y mucho previo a la cita con las urnas.

Las anteriores reflexiones serían insuficientes si no pusieran énfasis en lo que los partidos políticos y en general los actores públicos han hecho, o mejor dicho, han dejado de hacer para generar este estado de cosas tan lamentable.

El sistema de partidos, tan necesario en democracia, se ha descontextualizado y se ha degenerado para transformarse en una partidocracia sumamente criticable, en donde las formaciones partidistas han perdido la confianza del electorado y bien ganado se tienen su lugar en el sótano de los índices cualitativos de las instituciones.

Si bien no han de desaparecer, o no deben desaparecer, los partidos políticos tienen que replantearse su existencia y su contacto con la sociedad, pues la opacidad, los arreglos oscurantistas y las prácticas antidemocráticas parecen ser su impronta, su sello distintivo.

Lo que más importa, evidentemente, es diseñar, ejecutar e implementar estrategias entre todos para derrotar al abstencionismo. Por ejemplo, la gobernanza cooperativa y la sociedad red proveen herramientas de horizontalidad en la toma de decisiones, a partir de las cuales la participación ciudadana no es excepción sino la regla.

La puesta en práctica no sólo de los derechos políticos sino del resto de derechos fundamentales y libertades públicas debería ser una circunstancia sine qua non de una vida pública entusiasta.

La derrota del abstencionismo será una conquista democrática de gran calado, no obstante que el humor electoral es cambiante, coyuntural y se expresa de momento a momento. De todos depende, sin embargo, un presente y un futuro con verdaderas posibilidades de deliberación, diálogo y rendición de cuentas, enemigos todos, claro está, del abstencionismo.

“¿Cómo puedes saber si es la decisión correcta si nunca la tomas?”.- Anónimo

Además de la reconfiguración política que trajeron consigo las elecciones del pasado domingo en las entidades federativas que acudieron a las urnas, Durango incluida, es de obligada reflexión a partir de los resultados de las mismas.

Cómo se ha vuelto a enseñorear el abstencionismo como un lacerante fenómeno que erosiona la representación, la legitimidad y el civismo, pues es la antítesis de la participación y de las fiestas democráticas que, teóricamente, deberían ser todas las jornadas comiciales.

Mucho debemos pensar para generar acciones y reacciones que puedan contribuir a modificar esta decepcionante situación que a todos afecta, pues no olvidemos que la concepción de la sociedad civil parte de su activismo, su compromiso y la asunción plena de sus responsabilidades, derechos y obligaciones.

A mayor abstencionismo, sin duda alguna, menos involucramiento en la toma de decisiones e interrelación entre gobernantes y gobernados; ambas cuestiones se entienden, ni más ni menos, como condicionamientos de la democracia.

Lo anterior es así porque, en principio de cuentas, una de las decisiones más importantes que debe tomar un ciudadano es otorgarle su sufragio a la alternativa política que considere más convincente o, en su caso, no votar por nadie pero hacerlo de manera institucionalizada, a través de mecanismos como el voto nulo o el voto en blanco.

Por otro lado, nunca habrá una sinergia positiva entre las autoridades y los miembros de la colectividad por entero si se desprecia y desdeña un acto tan relevante como la renovación de los poderes públicos. La consecuencia de todo lo anterior es que el sistema democrático es el que queda en entredicho.

Parecería que la identificación dual del voto tanto como un derecho como una obligación es un lugar común, pero lo cierto es que la experiencia empírica y la práctica dicen, muestran y constatan otra cosa, lo cual quizá tenga que ver con la ausencia de una sanción efectiva para todos aquellos que no sufraguen.

Sin embargo, lo que igualmente se pone de manifiesto es que escasea una cultura política a partir de la cual se dimensione adecuadamente la importancia del voto y del resto de procesos democráticos. Mientras esto siga así, difícilmente se robustecerá la calidad ciudadana y el conjunto de la institucionalidad en cuanto tal.

¿Votar por el menos peor? Aunque no sea lo más sano ni lo más deseable, plantearse este tipo de disyuntivas es necesario como parte de las exigencias que la auténtica calidad de ciudadano trae consigo. Todos quisiéramos contar con candidatas y candidatos a la altura de los retos de la contemporaneidad, perfiles aptos para llevar a buen puerto las demandas sociales; sin embargo, es bien sabido que esto a veces brilla por su ausencia, por lo que surge la necesidad de vislumbrar cuál opción es la menos dañina.

Tampoco se trata, por supuesto, de tener una kakistocracia, o sea, un gobierno de los peores, como lúcidamente lo acuñó el extraordinario politólogo italiano Michelangelo Bovero; no se pueden dar cheques en blanco con tal de votar por votar. Los ejercicios de contrastación de ideas, en este sentido, ayudan y mucho previo a la cita con las urnas.

Las anteriores reflexiones serían insuficientes si no pusieran énfasis en lo que los partidos políticos y en general los actores públicos han hecho, o mejor dicho, han dejado de hacer para generar este estado de cosas tan lamentable.

El sistema de partidos, tan necesario en democracia, se ha descontextualizado y se ha degenerado para transformarse en una partidocracia sumamente criticable, en donde las formaciones partidistas han perdido la confianza del electorado y bien ganado se tienen su lugar en el sótano de los índices cualitativos de las instituciones.

Si bien no han de desaparecer, o no deben desaparecer, los partidos políticos tienen que replantearse su existencia y su contacto con la sociedad, pues la opacidad, los arreglos oscurantistas y las prácticas antidemocráticas parecen ser su impronta, su sello distintivo.

Lo que más importa, evidentemente, es diseñar, ejecutar e implementar estrategias entre todos para derrotar al abstencionismo. Por ejemplo, la gobernanza cooperativa y la sociedad red proveen herramientas de horizontalidad en la toma de decisiones, a partir de las cuales la participación ciudadana no es excepción sino la regla.

La puesta en práctica no sólo de los derechos políticos sino del resto de derechos fundamentales y libertades públicas debería ser una circunstancia sine qua non de una vida pública entusiasta.

La derrota del abstencionismo será una conquista democrática de gran calado, no obstante que el humor electoral es cambiante, coyuntural y se expresa de momento a momento. De todos depende, sin embargo, un presente y un futuro con verdaderas posibilidades de deliberación, diálogo y rendición de cuentas, enemigos todos, claro está, del abstencionismo.