/ viernes 22 de noviembre de 2019

EL SOL EN PERSPECTIVA

La política, el estado y el derecho

A través del muy largo y polémico trayecto que ha realizado el pensamiento político en la historia de la humanidad, no han faltado estudiosos y pensadores que en diferentes épocas, hayan sostenido el argumento de que la idea del “Estado” surgió como una respuesta a la necesidad de proporcionar alguna explicación teórica y una justificación moral, prácticamente válida y convincente, al hecho incontrovertible y claro del dominio y el poder de los más fuertes y opulentos, sobre los más débiles y desposeídos.

Sí tal cosa es cierta, entonces, la política entendida como actividad teórica o práctica, no vendrá a ser más que el espacio donde tienen verificativo las luchas por el poder, (Nicolás Maquiavelo), de modo que, consecuentemente, y siendo el poder un objeto por el que se compite y se disputa, el político de vocación o profesión, solamente tendrá la calidad y la condición de ser un sujeto o un personaje que participa en las pugnas que tienen lugar a causa de la búsqueda del poder y de su conservación por el mayor tiempo y circunstancia que sean posibles.

En la vieja Escuela de Derecho de la UJED, nuestros profesores enseñaban que tal pensamiento luce muy pobre a la luz del proceso histórico y cultural que nos revela la continua, persistente y laboriosa evolución y progreso registrados, tanto por la institución del Estado, como de los sistemas jurídicos que la gobiernan y la rigen, así como de las teorías políticas que constituyen y dan forma a las técnicas del poder.

En efecto, si consideramos al Estado y a su organización como mecanismos diseñados para servir al predominio y explotación de los poderosos en demérito de los desamparados; sí vemos en el Derecho un arma que defiende sólo el interés de las clases dominantes, y sí estimamos la política como una herramienta de combate en las riñas por el poder….¿Es de extrañar, entonces, que tales conceptos hayan entrado en plena crisis y bancarrota?

Preciso ha de ser, pues, que vayamos en estas ideas, más allá de sus significados puramente superficiales y aparentes.

Porque el Estado,-como escribe el ilustre profesor universitario, Andrés Serra Rojas (Teoría General del Estado)-, “fue creado por la sociedad por la insuficiencia de ella para realizar los fines sociales; porque el hombre estaba a merced de las circunstancias y ellas hubieran acabado por destruirlo. El hombre creó al Estado para subsistir, para hacer posible la vida social”.

Quedan implícitos en la noción de “vida social”,- decían nuestros profesores de la benemérita Escuela de Leyes de la UJED-, la intención y el espíritu de la solidaridad humana en los más altos valores de la convivencia común. Entre tales valores habrá que mencionar, primeramente, al sentimiento de la justicia y al anhelo de libertad, consubstanciales a la condición y a la naturaleza de los seres humanos, pues sin éstas prendas del intelecto y del corazón del hombre, difícilmente el Estado,- como producto de la cultura-hubiera podido evolucionar en su desarrollo, hasta alcanzar la calidad de una persona moral provista de la ambición de llegar a ser un instrumento superior, hábil al propósito de organizar y administrar la vida social en “sus variadas manifestaciones de bienestar físico, económico e intelectual”. (Serra Rojas).

No un instrumento al servicio de los poderosos sino una herramienta eficaz para el bienestar de todos y un órgano de autoridad en ejercicio, tendiente a la instauración y al mantenimiento del orden jurídico y el ordenamiento de la sociedad, inspirado en los valores supremos de justicia y libertad,- entre otros que hacen digna y eminente la vida de los seres humanos, el Estado, como producción de la humana racionalidad, es la forma más elevada y prominente del servicio público.

Vista así esta cuestión, la actividad y la vocación política tienen que “entenderse de otra manera”,-según escribe el pensador Guillermo Hurtado-. “La política tiene que verse como una oportunidad de servicio a los demás; como el encuentro de aquéllos que desean colaborar en la solución de los problemas colectivos (tales como) la realización de los valores en los que se funda la vida social. (La Razón, 8 Oct/019).

Quienes por otra parte, sostienen que el Derecho es sólo un instrumento de control político y social que atiende exclusivamente al interés de los eventuales dominadores, olvidan que las instituciones reales e intelectuales del Derecho, ostentan también la función de procurar y promover la justicia tanto en las relaciones de los gobernados entre sí, como en las relaciones entre éstos y el gobierno mismo y que en los regímenes constitucionales, es el Derecho el factor que limita y controla (al menos en teoría) las facultades y las atribuciones de los poderes públicos. Y es merced al Derecho, (También, al menos teóricamente), que se garantizan y se protegen los derechos esenciales, de los individuos y de los grupos.

Una reordenación en el contenido ideológico relativo a las principales nociones del pensamiento político actual en los ámbito de oposición al régimen del Gobierno Federal, no vendría nada mal, sí es que de veras, tales oposiciones aspiran a crear nuevos proyectos participativos que vayan más allá de sus organismos partidistas e incluyan en su intención al interés ciudadano y general.

Sí la política es el “arte del bien común”,- como la definió Aristóteles-, será entonces indispensable que ella no sea un fin en sí misma y que tenga su límite en las luchas por el poder, sino que quede provista de intenciones éticas.

Será necesario, también que el Estado quede gobernado por el Derecho, y que éste último sea instrumento insobornable de la justicia, ya que la justicia es el problema central de la convivencia, pues como escribe el Maestro Serra Rojas, “la justicia brotará (siempre) del pensamiento profundo del hombre que tendrá que definir su recorrido, hasta que el sol se canse”.

La política, el estado y el derecho

A través del muy largo y polémico trayecto que ha realizado el pensamiento político en la historia de la humanidad, no han faltado estudiosos y pensadores que en diferentes épocas, hayan sostenido el argumento de que la idea del “Estado” surgió como una respuesta a la necesidad de proporcionar alguna explicación teórica y una justificación moral, prácticamente válida y convincente, al hecho incontrovertible y claro del dominio y el poder de los más fuertes y opulentos, sobre los más débiles y desposeídos.

Sí tal cosa es cierta, entonces, la política entendida como actividad teórica o práctica, no vendrá a ser más que el espacio donde tienen verificativo las luchas por el poder, (Nicolás Maquiavelo), de modo que, consecuentemente, y siendo el poder un objeto por el que se compite y se disputa, el político de vocación o profesión, solamente tendrá la calidad y la condición de ser un sujeto o un personaje que participa en las pugnas que tienen lugar a causa de la búsqueda del poder y de su conservación por el mayor tiempo y circunstancia que sean posibles.

En la vieja Escuela de Derecho de la UJED, nuestros profesores enseñaban que tal pensamiento luce muy pobre a la luz del proceso histórico y cultural que nos revela la continua, persistente y laboriosa evolución y progreso registrados, tanto por la institución del Estado, como de los sistemas jurídicos que la gobiernan y la rigen, así como de las teorías políticas que constituyen y dan forma a las técnicas del poder.

En efecto, si consideramos al Estado y a su organización como mecanismos diseñados para servir al predominio y explotación de los poderosos en demérito de los desamparados; sí vemos en el Derecho un arma que defiende sólo el interés de las clases dominantes, y sí estimamos la política como una herramienta de combate en las riñas por el poder….¿Es de extrañar, entonces, que tales conceptos hayan entrado en plena crisis y bancarrota?

Preciso ha de ser, pues, que vayamos en estas ideas, más allá de sus significados puramente superficiales y aparentes.

Porque el Estado,-como escribe el ilustre profesor universitario, Andrés Serra Rojas (Teoría General del Estado)-, “fue creado por la sociedad por la insuficiencia de ella para realizar los fines sociales; porque el hombre estaba a merced de las circunstancias y ellas hubieran acabado por destruirlo. El hombre creó al Estado para subsistir, para hacer posible la vida social”.

Quedan implícitos en la noción de “vida social”,- decían nuestros profesores de la benemérita Escuela de Leyes de la UJED-, la intención y el espíritu de la solidaridad humana en los más altos valores de la convivencia común. Entre tales valores habrá que mencionar, primeramente, al sentimiento de la justicia y al anhelo de libertad, consubstanciales a la condición y a la naturaleza de los seres humanos, pues sin éstas prendas del intelecto y del corazón del hombre, difícilmente el Estado,- como producto de la cultura-hubiera podido evolucionar en su desarrollo, hasta alcanzar la calidad de una persona moral provista de la ambición de llegar a ser un instrumento superior, hábil al propósito de organizar y administrar la vida social en “sus variadas manifestaciones de bienestar físico, económico e intelectual”. (Serra Rojas).

No un instrumento al servicio de los poderosos sino una herramienta eficaz para el bienestar de todos y un órgano de autoridad en ejercicio, tendiente a la instauración y al mantenimiento del orden jurídico y el ordenamiento de la sociedad, inspirado en los valores supremos de justicia y libertad,- entre otros que hacen digna y eminente la vida de los seres humanos, el Estado, como producción de la humana racionalidad, es la forma más elevada y prominente del servicio público.

Vista así esta cuestión, la actividad y la vocación política tienen que “entenderse de otra manera”,-según escribe el pensador Guillermo Hurtado-. “La política tiene que verse como una oportunidad de servicio a los demás; como el encuentro de aquéllos que desean colaborar en la solución de los problemas colectivos (tales como) la realización de los valores en los que se funda la vida social. (La Razón, 8 Oct/019).

Quienes por otra parte, sostienen que el Derecho es sólo un instrumento de control político y social que atiende exclusivamente al interés de los eventuales dominadores, olvidan que las instituciones reales e intelectuales del Derecho, ostentan también la función de procurar y promover la justicia tanto en las relaciones de los gobernados entre sí, como en las relaciones entre éstos y el gobierno mismo y que en los regímenes constitucionales, es el Derecho el factor que limita y controla (al menos en teoría) las facultades y las atribuciones de los poderes públicos. Y es merced al Derecho, (También, al menos teóricamente), que se garantizan y se protegen los derechos esenciales, de los individuos y de los grupos.

Una reordenación en el contenido ideológico relativo a las principales nociones del pensamiento político actual en los ámbito de oposición al régimen del Gobierno Federal, no vendría nada mal, sí es que de veras, tales oposiciones aspiran a crear nuevos proyectos participativos que vayan más allá de sus organismos partidistas e incluyan en su intención al interés ciudadano y general.

Sí la política es el “arte del bien común”,- como la definió Aristóteles-, será entonces indispensable que ella no sea un fin en sí misma y que tenga su límite en las luchas por el poder, sino que quede provista de intenciones éticas.

Será necesario, también que el Estado quede gobernado por el Derecho, y que éste último sea instrumento insobornable de la justicia, ya que la justicia es el problema central de la convivencia, pues como escribe el Maestro Serra Rojas, “la justicia brotará (siempre) del pensamiento profundo del hombre que tendrá que definir su recorrido, hasta que el sol se canse”.

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