/ martes 4 de mayo de 2021

Ética. Responsabilidad y campañas políticas

El proceso electoral que arrancó desde hace meses y que tendrá su clímax en la próxima jornada comicial del 6 de junio vive la álgida fase de campañas políticas bajo el momento sui géneris de la contingencia sanitaria que aún se hace presente a causa de la pandemia Covid-19.

El proceso electoral que arrancó desde hace meses y que tendrá su clímax en la próxima jornada comicial del 6 de junio vive la álgida fase de campañas políticas bajo el momento sui géneris de la contingencia sanitaria que aún se hace presente a causa de la pandemia Covid-19.

Ello trae consigo algunos puntos necesarios de análisis desde la perspectiva de la ética de la responsabilidad y la responsabilidad social en sí misma. En lo que sigue nos ocuparemos de tres de esos puntos a manera de interrogantes generales.

¿Pueden los partidos políticos realizar actos abiertos de campaña, reuniones multitudinarias y promoción del voto ante grupos amplios a pesar del avance de la pandemia y de que la gran mayoría del país no se encuentra en semáforo verde?

La ambigüedad de la legislación electoral y administrativa en épocas de una crisis que tomó por sorpresa a todos quizá pudiera dar lugar a ciertas interpretaciones en el sentido de que sí es posible, pero de ahí a que sea deseable hay mucha diferencia, pues las recomendaciones de salud pública sobre todo en materia de sana distancia se difuminarían.

¿Era absolutamente necesario el dispendio de recursos millonarios en campañas políticas y promoción de candidatas y candidatos a cargos de elección popular, a sabiendas de que faltan millones de personas por vacunar y de que existe una crisis económica que el nuevo coronavirus trajo consigo? Quizá hubiese sido deseable articular nuevas formas de llamados al voto y de expresión de las distintas opciones políticas, por lo que el ahorro generado se hubiese podido destinar a inyectar programas sociales y de reactivación de la economía. Entramos al terreno del “hubiera” y de la especulación, pero es lo que hay, para bien o para mal.

¿Hasta cuándo se permitirá que impere la demagogia y el lucro con las necesidades básicas de los sectores más vulnerables? Todos los colores políticos en voz de las personas que impulsan han hecho planteamientos falaces en algún momento, poco factibles y con ánimos predominantemente electoreros. Si ese es el tipo de representantes populares que aspiran ser, estamos ante un escenario que simple y sencillamente luce poco claro y poco nítido.

Lo que anteriormente se ha puesto sobre la mesa de la discusión es tan sólo un botón que sirve de muestra para ejemplificar lo mucho que falta a la hora del compromiso con la Constitución, la democracia y los derechos fundamentales. La exigencia por parte de la ciudadanía debe ser mayúscula, en aras de configurar un panorama que sea positivo socialmente.

Los partidos políticos, por exigencia constitucional, son entidades de interés público que, entre otros propósitos, tienen asignada la encomienda de promover la participación de la ciudadanía en la vida política. Cuando faltan a tal cometido, se crea una partidocracia en detrimento de un auténtico sistema de partidos, los cuales además ven menguada su credibilidad. En consecuencia, se erosiona la calidad del Estado constitucional y democrático de Derecho así como la confianza en los actores públicos, lo cual por supuesto es más que lamentable.

La ética de la responsabilidad, sin duda alguna, es un asunto que debe ocuparnos a todas y todos. Cada persona tiene una responsabilidad individual pero también colectiva y social que debe ponerse en perspectiva. De lo contrario, el sentido de solidaridad que debe reivindicarse en épocas de crisis global como la actual simplemente quedará reducido permanentemente a cero.

El proceso electoral que arrancó desde hace meses y que tendrá su clímax en la próxima jornada comicial del 6 de junio vive la álgida fase de campañas políticas bajo el momento sui géneris de la contingencia sanitaria que aún se hace presente a causa de la pandemia Covid-19.

El proceso electoral que arrancó desde hace meses y que tendrá su clímax en la próxima jornada comicial del 6 de junio vive la álgida fase de campañas políticas bajo el momento sui géneris de la contingencia sanitaria que aún se hace presente a causa de la pandemia Covid-19.

Ello trae consigo algunos puntos necesarios de análisis desde la perspectiva de la ética de la responsabilidad y la responsabilidad social en sí misma. En lo que sigue nos ocuparemos de tres de esos puntos a manera de interrogantes generales.

¿Pueden los partidos políticos realizar actos abiertos de campaña, reuniones multitudinarias y promoción del voto ante grupos amplios a pesar del avance de la pandemia y de que la gran mayoría del país no se encuentra en semáforo verde?

La ambigüedad de la legislación electoral y administrativa en épocas de una crisis que tomó por sorpresa a todos quizá pudiera dar lugar a ciertas interpretaciones en el sentido de que sí es posible, pero de ahí a que sea deseable hay mucha diferencia, pues las recomendaciones de salud pública sobre todo en materia de sana distancia se difuminarían.

¿Era absolutamente necesario el dispendio de recursos millonarios en campañas políticas y promoción de candidatas y candidatos a cargos de elección popular, a sabiendas de que faltan millones de personas por vacunar y de que existe una crisis económica que el nuevo coronavirus trajo consigo? Quizá hubiese sido deseable articular nuevas formas de llamados al voto y de expresión de las distintas opciones políticas, por lo que el ahorro generado se hubiese podido destinar a inyectar programas sociales y de reactivación de la economía. Entramos al terreno del “hubiera” y de la especulación, pero es lo que hay, para bien o para mal.

¿Hasta cuándo se permitirá que impere la demagogia y el lucro con las necesidades básicas de los sectores más vulnerables? Todos los colores políticos en voz de las personas que impulsan han hecho planteamientos falaces en algún momento, poco factibles y con ánimos predominantemente electoreros. Si ese es el tipo de representantes populares que aspiran ser, estamos ante un escenario que simple y sencillamente luce poco claro y poco nítido.

Lo que anteriormente se ha puesto sobre la mesa de la discusión es tan sólo un botón que sirve de muestra para ejemplificar lo mucho que falta a la hora del compromiso con la Constitución, la democracia y los derechos fundamentales. La exigencia por parte de la ciudadanía debe ser mayúscula, en aras de configurar un panorama que sea positivo socialmente.

Los partidos políticos, por exigencia constitucional, son entidades de interés público que, entre otros propósitos, tienen asignada la encomienda de promover la participación de la ciudadanía en la vida política. Cuando faltan a tal cometido, se crea una partidocracia en detrimento de un auténtico sistema de partidos, los cuales además ven menguada su credibilidad. En consecuencia, se erosiona la calidad del Estado constitucional y democrático de Derecho así como la confianza en los actores públicos, lo cual por supuesto es más que lamentable.

La ética de la responsabilidad, sin duda alguna, es un asunto que debe ocuparnos a todas y todos. Cada persona tiene una responsabilidad individual pero también colectiva y social que debe ponerse en perspectiva. De lo contrario, el sentido de solidaridad que debe reivindicarse en épocas de crisis global como la actual simplemente quedará reducido permanentemente a cero.