/ jueves 29 de agosto de 2019

Éxodos contemporáneos

“La guerra nos puso en lugares distintos, pero tenemos que encontrarnos todos y todas para que esto no vuelva a pasar”.- María Eugenia Cruz

Simple y llanamente, el desplazamiento forzado de personas es uno de los grandes temas y problemas de la agenda planetaria actual.

Los cientos de miles que están en búsqueda de asilo o refugio son una de las caras más oscuras de la globalización, misma que debe responder plenamente con aspectos jurídicos, políticos, culturales e históricos. Como se advierte en el título del presente artículo, en los desplazamientos del siglo XXI encontramos auténticos y verdaderos éxodos contemporáneos que conculcan el lado humano y ético de la civilización, mismo que parece reducirse a cero a partir de las cifras que no hacen sino aumentar año con año.

El Banco Mundial (BM) ha identificado al desplazamiento forzado como una crisis cada vez mayor, de proporciones gigantescas. Si mujeres, hombres, niñas, niños y adolescentes dejan sus casas en razón de conflictos, violencia, guerras, persecuciones y violaciones masivas de derechos humanos, estamos en presencia del referido desplazamiento forzado. Para 2015 se hablaba de casi 60 millones de personas en estas condiciones y en esta situación, transformándose en refugiados, desplazados internos o solicitantes de asilo; 19.5 millones en el primer caso, 38.3 millones en el segundo y el resto en el tercero. Como dice el mismo BM, es la cifra más alta desde la Segunda Guerra Mundial, a punto tal de que si población de desplazados por la fuerza fuese una nación, sería una de los más grandes del mundo.

Estas cifras, para 2019, han aumentado, pues como lo informó en el pasado mes de junio el alto comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, la nueva cifra de personas con tal status llega casi a los 71 millones, por lo que se ve un aumento de 11 millones en poco más de tres años, amén de que tales estimaciones deben ser tratadas como “conservadoras”.

Los conflictos bélicos inacabados en zonas del mundo como Siria o la crisis humanitaria en Venezuela sin duda han coadyuvado con este tema, pero hay que verlo además como un aspecto estructural con múltiples vertientes, las cuales pueden resumirse en una falta de vocación política y compromiso institucional por muchos de los gobiernos a lo largo y ancho del orbe.

Una de las dimensiones del desplazamiento en general es el desplazamiento interno. Siguiendo a los Principios Rectores de los desplazamientos internos de la ONU, los desplazados internos son “personas o grupos de personas que se han visto forzadas u obligadas a escapar o huir de su hogar o de su lugar de residencia habitual, en particular como resultado o para evitar los efectos de un conflicto armado, de situaciones de violencia generalizada, de violaciones de los derechos humanos o de catástrofes naturales o provocadas por el ser humano, y que no han cruzado una frontera estatal internacionalmente reconocida”.

Es un fenómeno local pero con consecuencias que se ponen de manifiesto allende las fronteras, sobre todo al involucrar violaciones masivas y sistemáticas de derechos fundamentales.

En muchas de las ocasiones, las víctimas de desplazamiento pertenecen a grupos vulnerables como niñas, niños y adolescentes, adultos mayores, campesinos, mujeres e indígenas, aunque también alcanza a profesionistas, empresarios, activistas, periodistas y defensores de derechos humanos. Lo anterior pone en evidencia la complejidad del problema, pues si ya como tales los grupos vulnerables se enfrentan a numerosos obstáculos en la vida cotidiana, cuando además pasan a ser desplazados su posición peligra aún más.

De ahí la necesidad de que las políticas públicas en el tema sean producto de un diálogo abierto y de una deliberación robusta cuyo epicentro en todo momento sea la sociedad civil, apuntando a estrategias plausibles, factibles y financieramente viables por lo que hace a su ejecución en cuanto tal.

En México, datos del año 2017 revelan que había 310,527 desplazados, lo cual también debe tomarse con pinzas, pues muchas personas de lugares recónditos seguramente escapan a este tipo de mediciones, las cuales sin embargo auxilian al momento de dimensionar los efectos colaterales en escala nacional.

Cabe destacar que los conflictos territoriales, religiosos y políticos fueron los que propiciaron el desplazamiento, según reporta la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos.

En definitiva, hay mucho que analizar, discutir, pensar y repensar cuando se habla de desplazamiento forzado tanto en su lado extraterritorial como en su ángulo interno. Y aún más: Hay mucho por emprender para que el fenómeno se atienda como es debido, pues es producto de la criminalidad, de la desigualdad y de la falta de libertades que entre todos debemos combatir.

“La guerra nos puso en lugares distintos, pero tenemos que encontrarnos todos y todas para que esto no vuelva a pasar”.- María Eugenia Cruz

Simple y llanamente, el desplazamiento forzado de personas es uno de los grandes temas y problemas de la agenda planetaria actual.

Los cientos de miles que están en búsqueda de asilo o refugio son una de las caras más oscuras de la globalización, misma que debe responder plenamente con aspectos jurídicos, políticos, culturales e históricos. Como se advierte en el título del presente artículo, en los desplazamientos del siglo XXI encontramos auténticos y verdaderos éxodos contemporáneos que conculcan el lado humano y ético de la civilización, mismo que parece reducirse a cero a partir de las cifras que no hacen sino aumentar año con año.

El Banco Mundial (BM) ha identificado al desplazamiento forzado como una crisis cada vez mayor, de proporciones gigantescas. Si mujeres, hombres, niñas, niños y adolescentes dejan sus casas en razón de conflictos, violencia, guerras, persecuciones y violaciones masivas de derechos humanos, estamos en presencia del referido desplazamiento forzado. Para 2015 se hablaba de casi 60 millones de personas en estas condiciones y en esta situación, transformándose en refugiados, desplazados internos o solicitantes de asilo; 19.5 millones en el primer caso, 38.3 millones en el segundo y el resto en el tercero. Como dice el mismo BM, es la cifra más alta desde la Segunda Guerra Mundial, a punto tal de que si población de desplazados por la fuerza fuese una nación, sería una de los más grandes del mundo.

Estas cifras, para 2019, han aumentado, pues como lo informó en el pasado mes de junio el alto comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, la nueva cifra de personas con tal status llega casi a los 71 millones, por lo que se ve un aumento de 11 millones en poco más de tres años, amén de que tales estimaciones deben ser tratadas como “conservadoras”.

Los conflictos bélicos inacabados en zonas del mundo como Siria o la crisis humanitaria en Venezuela sin duda han coadyuvado con este tema, pero hay que verlo además como un aspecto estructural con múltiples vertientes, las cuales pueden resumirse en una falta de vocación política y compromiso institucional por muchos de los gobiernos a lo largo y ancho del orbe.

Una de las dimensiones del desplazamiento en general es el desplazamiento interno. Siguiendo a los Principios Rectores de los desplazamientos internos de la ONU, los desplazados internos son “personas o grupos de personas que se han visto forzadas u obligadas a escapar o huir de su hogar o de su lugar de residencia habitual, en particular como resultado o para evitar los efectos de un conflicto armado, de situaciones de violencia generalizada, de violaciones de los derechos humanos o de catástrofes naturales o provocadas por el ser humano, y que no han cruzado una frontera estatal internacionalmente reconocida”.

Es un fenómeno local pero con consecuencias que se ponen de manifiesto allende las fronteras, sobre todo al involucrar violaciones masivas y sistemáticas de derechos fundamentales.

En muchas de las ocasiones, las víctimas de desplazamiento pertenecen a grupos vulnerables como niñas, niños y adolescentes, adultos mayores, campesinos, mujeres e indígenas, aunque también alcanza a profesionistas, empresarios, activistas, periodistas y defensores de derechos humanos. Lo anterior pone en evidencia la complejidad del problema, pues si ya como tales los grupos vulnerables se enfrentan a numerosos obstáculos en la vida cotidiana, cuando además pasan a ser desplazados su posición peligra aún más.

De ahí la necesidad de que las políticas públicas en el tema sean producto de un diálogo abierto y de una deliberación robusta cuyo epicentro en todo momento sea la sociedad civil, apuntando a estrategias plausibles, factibles y financieramente viables por lo que hace a su ejecución en cuanto tal.

En México, datos del año 2017 revelan que había 310,527 desplazados, lo cual también debe tomarse con pinzas, pues muchas personas de lugares recónditos seguramente escapan a este tipo de mediciones, las cuales sin embargo auxilian al momento de dimensionar los efectos colaterales en escala nacional.

Cabe destacar que los conflictos territoriales, religiosos y políticos fueron los que propiciaron el desplazamiento, según reporta la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos.

En definitiva, hay mucho que analizar, discutir, pensar y repensar cuando se habla de desplazamiento forzado tanto en su lado extraterritorial como en su ángulo interno. Y aún más: Hay mucho por emprender para que el fenómeno se atienda como es debido, pues es producto de la criminalidad, de la desigualdad y de la falta de libertades que entre todos debemos combatir.