/ viernes 23 de agosto de 2019

Igualdad y futbol: Nimiedades que sí importan

"Es obvio que los valores de las mujeres difieren con frecuencia de los valores creados por el otro sexo y sin embargo son los valores masculinos los que predominan”.- Virginia Woolf

Las mujeres de Irán han emprendido una lucha desde hace años por algo que en otras latitudes es de lo más común: ir a un partido de futbol.

Activistas de derechos femeninos realizaron una petición con todas las formalidades a la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA, el máximo organismo rector del futbol en todo el orbe), con la finalidad de que Irán quede fuera de la competencia en el Campeonato Mundial de Catar 2022, a menos de que esta nación asiática abrogue una ley que prohíbe a las mujeres asistir a los encuentros de futbol entre hombres.

El asunto ya ha adquirido resonancia en todos los continentes y ha puesto entre la espada y la pared a la FIFA, pues por un lado tiene un tópico impulsado desde la sociedad civil y por el otro tiene la postura de una república islámica estratégica para el futbol asiático.

El régimen de Teherán, sabedor de esta circunstancia, no dará su brazo a torcer tan fácilmente en un tema que remueve fibras culturales, religiosas y sociales sumamente sensibles, más aún ahora que, por un lado, la selección iraní está en una posición privilegiada de cara a la máxima cita del soccer y, por el otro, no deja de haber tensiones políticas entre ese régimen -aliado de Rusia y China- y occidente en general, encabezado por Estados Unidos.

Y es que, no lo olvidemos, el poder político es omnipresente y está en todas partes, en todos lugares, y por supuesto de ello no puede escapar ni el deporte en general ni el futbol en particular. La posición geopolítica de Irán es estratégica y los enfrentamientos con Washington no han hecho sino escalar, por lo que esto simplemente no puede pasar desapercibido.

Lo que pudiera parecer nimio, como asistir a un encuentro futbolístico, sin duda alguna tiene una aspiración superior: la igualdad, ese principio tan extraviado a menudo. Aunque el futbol despierte pasiones y pueda ser considerado el deporte-espectáculo más popular del planeta, y todo un negocio que mueve miles de millones de dólares a su alrededor, lo cierto es que no deja de ser un juego.

El ocio, el entretenimiento, los hobbies, los pasatiempos y los divertimentos pudieran ser lo que sobresale en la ecuación pero hay que mirar más allá.

Porque la batalla de las iraníes no es tan sencillo como pudiera ser en una primera aproximación: han convertido a algo de lo más cotidiano en una situación que lleva un trasfondo mucho más profundo. Y es por eso que este caso llama la atención como un esfuerzo por el empoderamiento femenino en ámbitos en los que antes no se daba de esa forma: los estadios, las canchas, los sitios dedicados a una actividad que históricamente ha tenido un predominio de los varones.

Ese empoderamiento quiere darse también en clave de cultura. Porque si se obtiene una victoria aquí, nuevos triunfos podrían llegar en otros sectores, como una consecuencia de la multiplicación de esfuerzos. Quizá esto sea a lo que más miedo le tenga un sector de la política de Irán. Dar algo en apariencia sencillo implicaría dar más cosas presuntamente trascendentes con posterioridad.

La campaña de las mujeres iraníes es legítima a pesar de los obstáculos ya mencionados. Entre las lideresas, paradójicamente, se encuentra Maryam Shojaei, la hermana del capitán de la selección asiática Masoud Soleimani Shojaei. Y aunque la FIFA ya ha formulado algunos llamados a la federación de futbol de Irán, el silencio ha sido la única respuesta; además, no se aprecia una intención de ajustarse a las demandas de Shojaei y sus compañeras.

Con todo, la resonancia que se comentaba líneas atrás ha tenido verificativo porque este caso se ha adminiculado a la mayor importancia que ha ido adquiriendo el futbol femenino, a las demandas de igualdad salarial y laboral, entre otros aspectos de esta índole. Igualmente, supone una presión para que los regímenes islámicos que no ofrecen garantías plenas para la igualdad entre mujeres y hombres, de a poco lo vayan haciendo.

¿Qué pasa con la selección nacional femenil de Irán? Pues que sus juegos se llevan a cabo vistiendo velos islámicos. Por más increíble que parezca, se da en pleno siglo XXI, en plena globalización y en plena era de una supuesta tolerancia. Producir modificaciones tendría que ser algo en donde el exterior tenga una participación efectiva, esa comunidad internacional y esas redes sociales que adquieran un rol totalmente activo.

Por todo lo anterior es que son más que bienvenidos los esfuerzos de Shojaei y compañía. Ojalá que su campaña prospere y fructifique, demostrando que en ocasiones las nimiedades como el futbol sí importan más allá de los noventa minutos que por lo general dura un partido. En los circuitos culturales, las nimiedades pueden ser puentes para generar cohesión, unidad social, armonía y transformaciones colectivas. Esperemos que al final del día esta sea una muestra más de ello.

"Es obvio que los valores de las mujeres difieren con frecuencia de los valores creados por el otro sexo y sin embargo son los valores masculinos los que predominan”.- Virginia Woolf

Las mujeres de Irán han emprendido una lucha desde hace años por algo que en otras latitudes es de lo más común: ir a un partido de futbol.

Activistas de derechos femeninos realizaron una petición con todas las formalidades a la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA, el máximo organismo rector del futbol en todo el orbe), con la finalidad de que Irán quede fuera de la competencia en el Campeonato Mundial de Catar 2022, a menos de que esta nación asiática abrogue una ley que prohíbe a las mujeres asistir a los encuentros de futbol entre hombres.

El asunto ya ha adquirido resonancia en todos los continentes y ha puesto entre la espada y la pared a la FIFA, pues por un lado tiene un tópico impulsado desde la sociedad civil y por el otro tiene la postura de una república islámica estratégica para el futbol asiático.

El régimen de Teherán, sabedor de esta circunstancia, no dará su brazo a torcer tan fácilmente en un tema que remueve fibras culturales, religiosas y sociales sumamente sensibles, más aún ahora que, por un lado, la selección iraní está en una posición privilegiada de cara a la máxima cita del soccer y, por el otro, no deja de haber tensiones políticas entre ese régimen -aliado de Rusia y China- y occidente en general, encabezado por Estados Unidos.

Y es que, no lo olvidemos, el poder político es omnipresente y está en todas partes, en todos lugares, y por supuesto de ello no puede escapar ni el deporte en general ni el futbol en particular. La posición geopolítica de Irán es estratégica y los enfrentamientos con Washington no han hecho sino escalar, por lo que esto simplemente no puede pasar desapercibido.

Lo que pudiera parecer nimio, como asistir a un encuentro futbolístico, sin duda alguna tiene una aspiración superior: la igualdad, ese principio tan extraviado a menudo. Aunque el futbol despierte pasiones y pueda ser considerado el deporte-espectáculo más popular del planeta, y todo un negocio que mueve miles de millones de dólares a su alrededor, lo cierto es que no deja de ser un juego.

El ocio, el entretenimiento, los hobbies, los pasatiempos y los divertimentos pudieran ser lo que sobresale en la ecuación pero hay que mirar más allá.

Porque la batalla de las iraníes no es tan sencillo como pudiera ser en una primera aproximación: han convertido a algo de lo más cotidiano en una situación que lleva un trasfondo mucho más profundo. Y es por eso que este caso llama la atención como un esfuerzo por el empoderamiento femenino en ámbitos en los que antes no se daba de esa forma: los estadios, las canchas, los sitios dedicados a una actividad que históricamente ha tenido un predominio de los varones.

Ese empoderamiento quiere darse también en clave de cultura. Porque si se obtiene una victoria aquí, nuevos triunfos podrían llegar en otros sectores, como una consecuencia de la multiplicación de esfuerzos. Quizá esto sea a lo que más miedo le tenga un sector de la política de Irán. Dar algo en apariencia sencillo implicaría dar más cosas presuntamente trascendentes con posterioridad.

La campaña de las mujeres iraníes es legítima a pesar de los obstáculos ya mencionados. Entre las lideresas, paradójicamente, se encuentra Maryam Shojaei, la hermana del capitán de la selección asiática Masoud Soleimani Shojaei. Y aunque la FIFA ya ha formulado algunos llamados a la federación de futbol de Irán, el silencio ha sido la única respuesta; además, no se aprecia una intención de ajustarse a las demandas de Shojaei y sus compañeras.

Con todo, la resonancia que se comentaba líneas atrás ha tenido verificativo porque este caso se ha adminiculado a la mayor importancia que ha ido adquiriendo el futbol femenino, a las demandas de igualdad salarial y laboral, entre otros aspectos de esta índole. Igualmente, supone una presión para que los regímenes islámicos que no ofrecen garantías plenas para la igualdad entre mujeres y hombres, de a poco lo vayan haciendo.

¿Qué pasa con la selección nacional femenil de Irán? Pues que sus juegos se llevan a cabo vistiendo velos islámicos. Por más increíble que parezca, se da en pleno siglo XXI, en plena globalización y en plena era de una supuesta tolerancia. Producir modificaciones tendría que ser algo en donde el exterior tenga una participación efectiva, esa comunidad internacional y esas redes sociales que adquieran un rol totalmente activo.

Por todo lo anterior es que son más que bienvenidos los esfuerzos de Shojaei y compañía. Ojalá que su campaña prospere y fructifique, demostrando que en ocasiones las nimiedades como el futbol sí importan más allá de los noventa minutos que por lo general dura un partido. En los circuitos culturales, las nimiedades pueden ser puentes para generar cohesión, unidad social, armonía y transformaciones colectivas. Esperemos que al final del día esta sea una muestra más de ello.