/ sábado 23 de julio de 2022

Justicia social, derechos y economía

Joseph E. Stiglitz es uno de los economistas más relevantes del mundo no sólo por el hecho de haber ganado el Premio Nobel 2001 en la materia sino porque se ha ocupado de jamás prescindir de la justicia social al momento de analizar el fenómeno económico y todas sus implicaciones.

Al contrario de otras visiones que privilegian el capitalismo rampante de los llamados poderes salvajes del mercado -así definidos por el célebre filósofo Luigi Ferrajoli-. Simple y sencillamente, no puede haber economía que valga ni que se materialice adecuadamente cuando no se satisfacen las demandas más básicas de los individuos por lo que hace a sus proyectos vitales.

Al reivindicar entonces la idea de la justicia social, Stiglitz procura una concepción de la economía que, sin descuidar las libertades, ponga énfasis en la igualdad, la dignidad y el conjunto de los derechos fundamentales -específicamente los derechos sociales-, así como la lucha contra males colectivos endémicos que se han profundizado a raíz de una errónea aplicación de la globalización, tales como la pobreza o la falta de seguridad social y un efectivo sistema de salud pública.

En uno de sus libros más influyentes, “The roaring nineties: a new history of the world’s most prosperous decade” (Nueva York, W. W. Norton, 2003), el ex funcionario del Banco Mundial sostiene diversas tesis que siguen teniendo plena validez a casi dos décadas de haber sido expuestas, con todo y que más bien enfoca sus baterías al caso estadounidense -que, por otro lado, para bien o para mal ha sido el epicentro del ciclo globalizador y el barómetro del mismo-.

En materia de justicia social, es de la idea de que la pobreza es una cuestión incluso de moral pública, de que siempre habrá beneficios de sociedades menos divididas y de que resulta inconcebible que el país más rico del mundo no provea salud adecuada para todos sus habitantes, tal y como se apuntaba algunas líneas atrás. En conexión con lo anterior, la igualdad de oportunidades, el empleo, el empoderamiento social, la equidad intergeneracional y la sostenibilidad funcionan como principios o directrices de esa justicia social que es absolutamente imperioso llevar al terreno de la práctica.

Stiglitz critica fundadamente la globalización como un proceso mal gestionado por instituciones poco responsables al momento de asumir sus atribuciones y obligaciones, especialmente el Fondo Monetario Internacional. Así lo señala por ejemplo en su obra más vendida y destacada, “Globalization and its discontents” (Nueva York, W. W. Norton, 2002), retomando sus asertos al respecto en el primer trabajo al que hacíamos referencia, en el cual asevera con rotundidad que “la globalización significaba la necesidad de los países de trabajar juntos para cooperar en resolver sus problemas comunes”. Como era de esperarse, los intereses económicos prevalecieron antes y por encima de los derechos y las necesidades de la gente, provocando que la esperanza de la globalización se convirtiera en decepción.

Asimismo, y como lo ha indicado en otro fascinante libro como es “The price of inequality” (Nueva York, W. W. Norton, 2012), Stiglitz pugna por un mundo donde la igualdad sea el sostén de la vida pública. Lo dicho no es un ejercicio de mera retórica sino que se demuestra por sí mismo a través de los más elementales indicadores que dan cuenta de esa falta de equidad en la distribución de los ingresos. Por ello, justicia social, derecho y economía deben ir siempre de la mano.

Joseph E. Stiglitz es uno de los economistas más relevantes del mundo no sólo por el hecho de haber ganado el Premio Nobel 2001 en la materia sino porque se ha ocupado de jamás prescindir de la justicia social al momento de analizar el fenómeno económico y todas sus implicaciones.

Al contrario de otras visiones que privilegian el capitalismo rampante de los llamados poderes salvajes del mercado -así definidos por el célebre filósofo Luigi Ferrajoli-. Simple y sencillamente, no puede haber economía que valga ni que se materialice adecuadamente cuando no se satisfacen las demandas más básicas de los individuos por lo que hace a sus proyectos vitales.

Al reivindicar entonces la idea de la justicia social, Stiglitz procura una concepción de la economía que, sin descuidar las libertades, ponga énfasis en la igualdad, la dignidad y el conjunto de los derechos fundamentales -específicamente los derechos sociales-, así como la lucha contra males colectivos endémicos que se han profundizado a raíz de una errónea aplicación de la globalización, tales como la pobreza o la falta de seguridad social y un efectivo sistema de salud pública.

En uno de sus libros más influyentes, “The roaring nineties: a new history of the world’s most prosperous decade” (Nueva York, W. W. Norton, 2003), el ex funcionario del Banco Mundial sostiene diversas tesis que siguen teniendo plena validez a casi dos décadas de haber sido expuestas, con todo y que más bien enfoca sus baterías al caso estadounidense -que, por otro lado, para bien o para mal ha sido el epicentro del ciclo globalizador y el barómetro del mismo-.

En materia de justicia social, es de la idea de que la pobreza es una cuestión incluso de moral pública, de que siempre habrá beneficios de sociedades menos divididas y de que resulta inconcebible que el país más rico del mundo no provea salud adecuada para todos sus habitantes, tal y como se apuntaba algunas líneas atrás. En conexión con lo anterior, la igualdad de oportunidades, el empleo, el empoderamiento social, la equidad intergeneracional y la sostenibilidad funcionan como principios o directrices de esa justicia social que es absolutamente imperioso llevar al terreno de la práctica.

Stiglitz critica fundadamente la globalización como un proceso mal gestionado por instituciones poco responsables al momento de asumir sus atribuciones y obligaciones, especialmente el Fondo Monetario Internacional. Así lo señala por ejemplo en su obra más vendida y destacada, “Globalization and its discontents” (Nueva York, W. W. Norton, 2002), retomando sus asertos al respecto en el primer trabajo al que hacíamos referencia, en el cual asevera con rotundidad que “la globalización significaba la necesidad de los países de trabajar juntos para cooperar en resolver sus problemas comunes”. Como era de esperarse, los intereses económicos prevalecieron antes y por encima de los derechos y las necesidades de la gente, provocando que la esperanza de la globalización se convirtiera en decepción.

Asimismo, y como lo ha indicado en otro fascinante libro como es “The price of inequality” (Nueva York, W. W. Norton, 2012), Stiglitz pugna por un mundo donde la igualdad sea el sostén de la vida pública. Lo dicho no es un ejercicio de mera retórica sino que se demuestra por sí mismo a través de los más elementales indicadores que dan cuenta de esa falta de equidad en la distribución de los ingresos. Por ello, justicia social, derecho y economía deben ir siempre de la mano.