/ lunes 30 de septiembre de 2019

La política es así

La consigna es: “Dos de octubre no se olvida”. Tal consigna es aceptada aún cuando de tiempo en tiempo se vierten consideraciones encontradas acerca de lo que hubo detrás del dos de octubre, tanto en sus antecedentes como en sus consecuencias y trascendencias.

A cincuenta y un años del dos de octubre de 1968, pero ahora dentro del contexto del objetivo presidencial de la 4T, es tiempo de plantear que tampoco se deben de olvidar a los protagonistas tanto del gobierno como de los estudiantes.

Por parte de los estudiantes, aún sobreviven varios que tuvieron participación activa como dirigentes y/o integrantes del Consejo Nacional de Huelga, dentro de los cuales se recuerda a Joel Ortega Juárez, a Gilberto Guevara Niebla, a Pablo Gómez Álvarez, a Félix Hernández Gamundi, a Sócrates Amado Campos Lemus, a Salvador Martínez della Roca, a Ana Ignacia “Nacha Rodríguez”, a Roberta Avendaño Martínez “La Tita”. De los que ya partieron se tienen presentes a Raúl Álvarez Garín, a Eduardo Espinoza Valle, a Luis González de Alba, a Marcelino Perelló, a Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca.

Parte de los citados fueron cooptados por el sistema burocrático mexicano y parte siguieron fieles a sus principios y se incorporaron a la lucha político-social en diversas organizaciones políticas fruto de la reforma política de 1977.

Algunos de los protagonistas estudiantiles narraron los hechos vividos y sus resultados vistos de su muy personal perspectiva. Dentro de lo escrito destaca por su fuerza y su realismo el libro de Los días y los años de Luis González de Alba, lo expresado por Raúl Álvarez Garín y su obra La estela de Tlatelolco: una reconstrucción histórica del movimiento estudiantil del 68, y recientemente por Joel Ortega Juárez y su libro Adiós al 68.

Los protagonistas por parte del gobierno, por orden jerárquico, fueron: El presidente de la República, el secretario de Gobernación, el titular de la Secretaría de la Defensa Nacional, el jefe del Estado Mayor Presidencial (1964-1970), el jefe del Estado Mayor Presidencial (1970-1976), el jefe de Gobierno del entonces Distrito Federal y el jefe militar de la Operación Galeana quien fuera el primer lesionado en los hechos del 2 de octubre y, quien, al ser herido por un disparo de los francotiradores ubicados en diferentes edificios localizados alrededor de la Plaza de las Tres Culturas, fue relevado por quien después sería jefe del Estado Mayor Presidencial (1970-1976), quien ordenó que se iniciara el juego cruzado que causó más víctimas entre los asistentes al mitin que entre los militares y los francotiradores.

La citada Operación Galena, al parecer, tenía dos objetivos. Uno, por medio del llamado Batallón Olimpia, identificar y detener a los integrantes del Consejo Nacional de Huelga, y dos, evitar que los asistentes al mitin se trasladaran, al término del mismo, al Casco de Santo Tomás del Instituto Politécnico Nacional; objetivos que se alcanzaron, aún cuando en el caso de la captura de aquéllos no se logró al cien por ciento.

Por lo que se refiere a los antecedentes, existe una vasta literatura resultante de investigaciones y análisis, en la cual concurren y se conjugan diversas hipótesis. Sólo se mencionarán tres investigaciones.

La primera de Jacinto Rodríguez Munguía titulada La Conspiración del 68.- Los intelectuales y el poder: así se fraguó LA MATANZA de editorial Debate; Jinetes de Tlatelolco.- Marcelino García Barragán y otros retratos del Ejército mexicano de Juan Vélezdíaz de ediciones Proceso; y Parte de guerra: Tlatelolco 1968.- Documentos del general Marcelino García Barragán: Los hechos y la historia, cuyos autores son Julio Scherer García y Carlos Monsiváis, editado por Aguilar.

De las fuentes primarias recurridas y de información documental que soportan las obras aludidas, se llega a la conclusión de que el gran operador e inductor del movimiento estudiantil de 1968 y que concluyó con la masacre del 2 de octubre que tuvo lugar en la plaza de las Tres Culturas del conjunto habitacional de Tlatelolco en la Ciudad de México, lo fue el secretario de Gobernación, quien precisamente, por sus méritos alcanzados bajo la perspectiva y óptica presidencial, fue el candidato y ganó la elección en julio de 1970.

Lo anterior fue así, porque, al margen de la responsabilidad que asumió en todas sus variantes, el presidente en el informe rendido el uno de septiembre de 1969 ante el Congreso de la Unión, aquél tal vez no era el más informado, y si lo era, no era el mejor informado, ya que él solo recibía la información que le proporcionaba su Secretario de Gobernación a quien se le delegaron todas las atribuciones y decisiones en las acciones de gobierno y para efectuar la Operación Galeana.

Y si alguien tuviera alguna duda, puede consultar las fuentes originales que citan los autores arriba mencionados, en especial, las documentales que obran en el Archivo General de la Nación, los documentos y la información aportada por el secretario de la Defensa Nacional quien no tuvo otra alternativa, y si la tuvo, no optó por ella, más que acatar las instrucciones recibidas por el secretario de Gobernación quien, por otra parte, únicamente -se dijo o se suponía- era el transmisor de las instrucciones presidenciales.

Esos fueron los antecedentes. Las consecuencias y trascendencias tienen como único protagonista al presidente de la República (1970-1976), quien, en aras de obtener la legitimidad en el ejercicio del poder, se escudó en la asunción de la responsabilidad del presidente (1964-1970) y trató, mediante la generosa distribución de recursos a las nuevas generaciones de jóvenes y la cooptación de los dirigentes del 68; acciones ambas apoyadas por el control de la prensa (Rodríguez Munguía tiempo atrás definió tal control como “la otra guerra sucia”), puesto que la primera lo fue la represión para eliminar a los opositores y para terminar cualquier movimiento subversivo en contra del ejercicio del poder supuestamente legal y legitimado con el voto popular.

Acerca de “la guerra sucia” (1970-1976) se ha escrito mucho acerca de cómo funcionó y quién o quiénes la operaron, obviamente con el visto bueno presidencial.

El presidente en turno (1970-1976), además de “la guerra sucia”, no pudo lavar su imagen porque concurrieron varios hechos: El primero lo fue la matanza del 10 de junio de 1971, que fue el intelectual del golpe de cooperativistas que depusieron a Julio Scherer de la dirección del periódico Excélsior; la maniobra para evitar que la oposición fuera declarada ganadora de la elección para gobernador de Nayarit en 1976, así como los cabildeos para que el partido oficial fuera el único que legalmente quedara registrado como tal el nieto de quien fuera secretario de Relaciones Exteriores de Victoriano Huerta, para que así, no contendiera en contra del candidato del PAN y quien era sobrino nieto del “apóstol de la democracia”.

El principal operador del presidente de la República aludido, ahora milita en Morena y fue presidente de la Cámara de diputados y, por ende, del Congreso de la Unión de septiembre de 2018 a septiembre de 2019.

Por supuesto, los principales protagonistas del dos de octubre de 1968 fueron las víctimas de los muertos y heridos, cuyo número e identidad, a la fecha no se han sabido.

La consigna es: “Dos de octubre no se olvida”. Tal consigna es aceptada aún cuando de tiempo en tiempo se vierten consideraciones encontradas acerca de lo que hubo detrás del dos de octubre, tanto en sus antecedentes como en sus consecuencias y trascendencias.

A cincuenta y un años del dos de octubre de 1968, pero ahora dentro del contexto del objetivo presidencial de la 4T, es tiempo de plantear que tampoco se deben de olvidar a los protagonistas tanto del gobierno como de los estudiantes.

Por parte de los estudiantes, aún sobreviven varios que tuvieron participación activa como dirigentes y/o integrantes del Consejo Nacional de Huelga, dentro de los cuales se recuerda a Joel Ortega Juárez, a Gilberto Guevara Niebla, a Pablo Gómez Álvarez, a Félix Hernández Gamundi, a Sócrates Amado Campos Lemus, a Salvador Martínez della Roca, a Ana Ignacia “Nacha Rodríguez”, a Roberta Avendaño Martínez “La Tita”. De los que ya partieron se tienen presentes a Raúl Álvarez Garín, a Eduardo Espinoza Valle, a Luis González de Alba, a Marcelino Perelló, a Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca.

Parte de los citados fueron cooptados por el sistema burocrático mexicano y parte siguieron fieles a sus principios y se incorporaron a la lucha político-social en diversas organizaciones políticas fruto de la reforma política de 1977.

Algunos de los protagonistas estudiantiles narraron los hechos vividos y sus resultados vistos de su muy personal perspectiva. Dentro de lo escrito destaca por su fuerza y su realismo el libro de Los días y los años de Luis González de Alba, lo expresado por Raúl Álvarez Garín y su obra La estela de Tlatelolco: una reconstrucción histórica del movimiento estudiantil del 68, y recientemente por Joel Ortega Juárez y su libro Adiós al 68.

Los protagonistas por parte del gobierno, por orden jerárquico, fueron: El presidente de la República, el secretario de Gobernación, el titular de la Secretaría de la Defensa Nacional, el jefe del Estado Mayor Presidencial (1964-1970), el jefe del Estado Mayor Presidencial (1970-1976), el jefe de Gobierno del entonces Distrito Federal y el jefe militar de la Operación Galeana quien fuera el primer lesionado en los hechos del 2 de octubre y, quien, al ser herido por un disparo de los francotiradores ubicados en diferentes edificios localizados alrededor de la Plaza de las Tres Culturas, fue relevado por quien después sería jefe del Estado Mayor Presidencial (1970-1976), quien ordenó que se iniciara el juego cruzado que causó más víctimas entre los asistentes al mitin que entre los militares y los francotiradores.

La citada Operación Galena, al parecer, tenía dos objetivos. Uno, por medio del llamado Batallón Olimpia, identificar y detener a los integrantes del Consejo Nacional de Huelga, y dos, evitar que los asistentes al mitin se trasladaran, al término del mismo, al Casco de Santo Tomás del Instituto Politécnico Nacional; objetivos que se alcanzaron, aún cuando en el caso de la captura de aquéllos no se logró al cien por ciento.

Por lo que se refiere a los antecedentes, existe una vasta literatura resultante de investigaciones y análisis, en la cual concurren y se conjugan diversas hipótesis. Sólo se mencionarán tres investigaciones.

La primera de Jacinto Rodríguez Munguía titulada La Conspiración del 68.- Los intelectuales y el poder: así se fraguó LA MATANZA de editorial Debate; Jinetes de Tlatelolco.- Marcelino García Barragán y otros retratos del Ejército mexicano de Juan Vélezdíaz de ediciones Proceso; y Parte de guerra: Tlatelolco 1968.- Documentos del general Marcelino García Barragán: Los hechos y la historia, cuyos autores son Julio Scherer García y Carlos Monsiváis, editado por Aguilar.

De las fuentes primarias recurridas y de información documental que soportan las obras aludidas, se llega a la conclusión de que el gran operador e inductor del movimiento estudiantil de 1968 y que concluyó con la masacre del 2 de octubre que tuvo lugar en la plaza de las Tres Culturas del conjunto habitacional de Tlatelolco en la Ciudad de México, lo fue el secretario de Gobernación, quien precisamente, por sus méritos alcanzados bajo la perspectiva y óptica presidencial, fue el candidato y ganó la elección en julio de 1970.

Lo anterior fue así, porque, al margen de la responsabilidad que asumió en todas sus variantes, el presidente en el informe rendido el uno de septiembre de 1969 ante el Congreso de la Unión, aquél tal vez no era el más informado, y si lo era, no era el mejor informado, ya que él solo recibía la información que le proporcionaba su Secretario de Gobernación a quien se le delegaron todas las atribuciones y decisiones en las acciones de gobierno y para efectuar la Operación Galeana.

Y si alguien tuviera alguna duda, puede consultar las fuentes originales que citan los autores arriba mencionados, en especial, las documentales que obran en el Archivo General de la Nación, los documentos y la información aportada por el secretario de la Defensa Nacional quien no tuvo otra alternativa, y si la tuvo, no optó por ella, más que acatar las instrucciones recibidas por el secretario de Gobernación quien, por otra parte, únicamente -se dijo o se suponía- era el transmisor de las instrucciones presidenciales.

Esos fueron los antecedentes. Las consecuencias y trascendencias tienen como único protagonista al presidente de la República (1970-1976), quien, en aras de obtener la legitimidad en el ejercicio del poder, se escudó en la asunción de la responsabilidad del presidente (1964-1970) y trató, mediante la generosa distribución de recursos a las nuevas generaciones de jóvenes y la cooptación de los dirigentes del 68; acciones ambas apoyadas por el control de la prensa (Rodríguez Munguía tiempo atrás definió tal control como “la otra guerra sucia”), puesto que la primera lo fue la represión para eliminar a los opositores y para terminar cualquier movimiento subversivo en contra del ejercicio del poder supuestamente legal y legitimado con el voto popular.

Acerca de “la guerra sucia” (1970-1976) se ha escrito mucho acerca de cómo funcionó y quién o quiénes la operaron, obviamente con el visto bueno presidencial.

El presidente en turno (1970-1976), además de “la guerra sucia”, no pudo lavar su imagen porque concurrieron varios hechos: El primero lo fue la matanza del 10 de junio de 1971, que fue el intelectual del golpe de cooperativistas que depusieron a Julio Scherer de la dirección del periódico Excélsior; la maniobra para evitar que la oposición fuera declarada ganadora de la elección para gobernador de Nayarit en 1976, así como los cabildeos para que el partido oficial fuera el único que legalmente quedara registrado como tal el nieto de quien fuera secretario de Relaciones Exteriores de Victoriano Huerta, para que así, no contendiera en contra del candidato del PAN y quien era sobrino nieto del “apóstol de la democracia”.

El principal operador del presidente de la República aludido, ahora milita en Morena y fue presidente de la Cámara de diputados y, por ende, del Congreso de la Unión de septiembre de 2018 a septiembre de 2019.

Por supuesto, los principales protagonistas del dos de octubre de 1968 fueron las víctimas de los muertos y heridos, cuyo número e identidad, a la fecha no se han sabido.

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