/ viernes 8 de noviembre de 2019

Madero el visionario

El pasado 30 de octubre tuvo lugar un aniversario más del natalicio de Francisco Ignacio Madero González -mejor conocido como Ignacio I. Madero-, una figura crucial de la Revolución pero también de la identidad que hemos logrado forjar con el paso de las décadas y los siglos.

De la mexicanidad que se ha construido con el tesón, el ahínco y los arrestos de personajes como él, los cuales pasan a la historia porque son un elemento vertebrador de la historia misma.

Francisco Ignacio Madero González nació un 30 de octubre de 1873 en Parras de la Fuente, Coahuila, sitio en donde los viñedos de hoy atestiguan la génesis de uno de los hitos históricos de nuestro país en el ayer y lo seguirán haciendo en el mañana.

Nacido en el seno de una familia acomodada, ello no fue óbice para su pronta búsqueda de la igualdad como uno de los aspectos fundamentales para el avance de la nación; sus estudios en Estados Unidos y Francia le permitieron adquirir una cosmovisión en pro de los derechos fundamentales y las libertades públicas.

Con el advenimiento del siglo XX llegó también la convicción de Madero por la democracia, pues fundó un partido político que buscaba impedir la reelección del gobernador coahuilense Miguel Cárdenas; desde ahí reverberó su afán antireeleccionista, mismo que detonaría el surgimiento de uno de los movimientos políticos más célebres en los momentos previos al estallido de la Revolución Mexicana: la fundación del Partido Antireeleccionista, el cual lo postularía a la Presidencia de la República.

Encarcelado poco tiempo después por un supuesto conato de rebelión y ultraje a las autoridades, inició a posteriori y como es bien sabido por todos la Revolución mexicana el 20 de noviembre de 1910, con poco éxito en un inicio pero que desembocaría en la renuncia de Porfirio Díaz al año siguiente y en su asunción como titular del Poder Ejecutivo una vez que ganó casi unánimemente las elecciones extraordinarias de 1911, no sin estar exento de inestabilidad en el ejercicio de su mandato, dado el convulso inicio de siglo que se tuvo en nuestro país.

A pesar de que vivió tan sólo 39 años, al ser acribillado junto con el vicepresidente José María Pino Suárez a manos del militar Francisco Cárdenas Sucilla a un costado del Palacio de Lecumberri en la Ciudad de México, y por órdenes del villano golpista Victoriano Huerta en un infausto 22 de febrero de 1913, su legado está más vivo que nunca. Su obra se localiza no únicamente en los tesoros culturales, políticos e históricos que redactó con la pasión revolucionaria que siempre lo distinguieron, tales como “La sucesión presidencial en 1910”, el Plan de San Luis o el Manifiesto a la Nación.

La vida y obra de Madero brillan en el firmamento de los hombres ilustres de nuestra república. Comprometido siempre con los derechos civiles y políticos, el principio fundamental del “sufragio efectivo, no reelección”, hizo de Madero un visionario y un adelantado a su tiempo. Cualquier teoría de la democracia en clave contemporánea eleva el valor de la ocasionalidad con la que se ejercen los cargos públicos, vital para evitar el enquistamiento de élites, cúpulas y oligarquías devoradas por la ambición personal y sin ningún sentido del bien común.

El límite del poder por el poder mismo debe alcanzarse por conducto de acotaciones claras y directas a su ejercicio. Si bien es cierto que en ámbitos como el del Poder Legislativo este axioma ha pasado por un proceso de revisita, en el Ejecutivo y por la idiosincrasia política mexicana per se, luce difícil que en el corto plazo pueda revertirse.

Por otro lado, la libertad en Madero es ante todo una libertad política, pues parte de la premisa de que una sociedad sólo puede ser libre en la medida en que acuda a elecciones libres, auténticas, imparciales y frecuentes, lo cual se cancelaba en los hechos durante la época del porfiriato. Madero fue un opositor a Díaz, sí, pero fue más un opositor al régimen autoritario que se había instalado, el cual aunque trajo cierto desarrollo económico, amplió la brecha de la desigualdad entre ricos y pobres.

En el mismo Plan de San Luis no deja duda de ello en el siguiente aserto: “El pueblo mexicano está apto para la democracia y está sediento de libertad”. Hace entonces de la democracia un compromiso y de la libertad una conquista, para las cuales hay que luchar de forma permanente, aunque la vida vaya de por medio, como desafortunadamente él mismo lo pudo constatar. Las vidas de los grandes hombres y mujeres conllevan sacrificios que debemos tributar.

*Extracto del discurso pronunciado por el autor al ser designado orador oficial en la ceremonia pública con motivo del aniversario del natalicio de Francisco I. Madero.

El pasado 30 de octubre tuvo lugar un aniversario más del natalicio de Francisco Ignacio Madero González -mejor conocido como Ignacio I. Madero-, una figura crucial de la Revolución pero también de la identidad que hemos logrado forjar con el paso de las décadas y los siglos.

De la mexicanidad que se ha construido con el tesón, el ahínco y los arrestos de personajes como él, los cuales pasan a la historia porque son un elemento vertebrador de la historia misma.

Francisco Ignacio Madero González nació un 30 de octubre de 1873 en Parras de la Fuente, Coahuila, sitio en donde los viñedos de hoy atestiguan la génesis de uno de los hitos históricos de nuestro país en el ayer y lo seguirán haciendo en el mañana.

Nacido en el seno de una familia acomodada, ello no fue óbice para su pronta búsqueda de la igualdad como uno de los aspectos fundamentales para el avance de la nación; sus estudios en Estados Unidos y Francia le permitieron adquirir una cosmovisión en pro de los derechos fundamentales y las libertades públicas.

Con el advenimiento del siglo XX llegó también la convicción de Madero por la democracia, pues fundó un partido político que buscaba impedir la reelección del gobernador coahuilense Miguel Cárdenas; desde ahí reverberó su afán antireeleccionista, mismo que detonaría el surgimiento de uno de los movimientos políticos más célebres en los momentos previos al estallido de la Revolución Mexicana: la fundación del Partido Antireeleccionista, el cual lo postularía a la Presidencia de la República.

Encarcelado poco tiempo después por un supuesto conato de rebelión y ultraje a las autoridades, inició a posteriori y como es bien sabido por todos la Revolución mexicana el 20 de noviembre de 1910, con poco éxito en un inicio pero que desembocaría en la renuncia de Porfirio Díaz al año siguiente y en su asunción como titular del Poder Ejecutivo una vez que ganó casi unánimemente las elecciones extraordinarias de 1911, no sin estar exento de inestabilidad en el ejercicio de su mandato, dado el convulso inicio de siglo que se tuvo en nuestro país.

A pesar de que vivió tan sólo 39 años, al ser acribillado junto con el vicepresidente José María Pino Suárez a manos del militar Francisco Cárdenas Sucilla a un costado del Palacio de Lecumberri en la Ciudad de México, y por órdenes del villano golpista Victoriano Huerta en un infausto 22 de febrero de 1913, su legado está más vivo que nunca. Su obra se localiza no únicamente en los tesoros culturales, políticos e históricos que redactó con la pasión revolucionaria que siempre lo distinguieron, tales como “La sucesión presidencial en 1910”, el Plan de San Luis o el Manifiesto a la Nación.

La vida y obra de Madero brillan en el firmamento de los hombres ilustres de nuestra república. Comprometido siempre con los derechos civiles y políticos, el principio fundamental del “sufragio efectivo, no reelección”, hizo de Madero un visionario y un adelantado a su tiempo. Cualquier teoría de la democracia en clave contemporánea eleva el valor de la ocasionalidad con la que se ejercen los cargos públicos, vital para evitar el enquistamiento de élites, cúpulas y oligarquías devoradas por la ambición personal y sin ningún sentido del bien común.

El límite del poder por el poder mismo debe alcanzarse por conducto de acotaciones claras y directas a su ejercicio. Si bien es cierto que en ámbitos como el del Poder Legislativo este axioma ha pasado por un proceso de revisita, en el Ejecutivo y por la idiosincrasia política mexicana per se, luce difícil que en el corto plazo pueda revertirse.

Por otro lado, la libertad en Madero es ante todo una libertad política, pues parte de la premisa de que una sociedad sólo puede ser libre en la medida en que acuda a elecciones libres, auténticas, imparciales y frecuentes, lo cual se cancelaba en los hechos durante la época del porfiriato. Madero fue un opositor a Díaz, sí, pero fue más un opositor al régimen autoritario que se había instalado, el cual aunque trajo cierto desarrollo económico, amplió la brecha de la desigualdad entre ricos y pobres.

En el mismo Plan de San Luis no deja duda de ello en el siguiente aserto: “El pueblo mexicano está apto para la democracia y está sediento de libertad”. Hace entonces de la democracia un compromiso y de la libertad una conquista, para las cuales hay que luchar de forma permanente, aunque la vida vaya de por medio, como desafortunadamente él mismo lo pudo constatar. Las vidas de los grandes hombres y mujeres conllevan sacrificios que debemos tributar.

*Extracto del discurso pronunciado por el autor al ser designado orador oficial en la ceremonia pública con motivo del aniversario del natalicio de Francisco I. Madero.