/ martes 14 de septiembre de 2021

Pospuesto el final de la historia: Intuiciones

En nuestro anterior escrito hacíamos referencia a una de las extraordinarias obras de Yuval Noah Harari –“21 lecciones para el siglo XXI, trad. de Joandoménec Ros i Aragonès, Barcelona, Penguin Random House, 2018”-, el lúcido pensador contemporáneo tan indispensable para entender muchas de las problemáticas que atravesamos como sociedad, así como las que vendrán en un futuro no tan distante.

De manera particular, aludimos a la primera de las lecciones que apunta Harari en su libro, rotulada: “Decepción. El final de la historia se ha pospuesto”. En ella, nuestro autor sostiene que la célebre tesis del gran politólogo Francis Fukuyama sobre el final de la historia, por lo menos, se ha postergado. Y es que la historia, no lo olvidemos, es un mecanismo dialéctico por virtud del cual una tesis lleva a una antítesis y ésta a una síntesis, repitiendo el ciclo y arribando a una nueva tesis; los finales definitivos olvidan simple y sencillamente las enseñanzas de Hegel y Marx.

Hoy en día acudimos a un estado de poca o nula confianza sobre el liberalismo e incluso sobre la democracia, al punto de que hay sectores que prefieren las alternativas políticas radicales, populistas y extremistas, desde el comunismo hasta la extrema derecha, todas ellas con tintes autoritarios e incluso asemejadas al protofascismo.

Parafraseando a otro célebre filósofo de nuestros tiempos, Zygmunt Bauman -fallecido apenas en 2017-, vivimos en tiempos líquidos, en épocas de incertidumbre caracterizadas por su fragilidad y por lo quebradizo de los vínculos humanos. Es hasta cierto punto natural que mujeres y hombres deseen otras alternativas cuando sus proyectos de vida no son como habían imaginado.

La inseguridad, el desempleo y la poca certeza laboral, la desigualdad, el terrorismo o la crisis ambiental son sólo algunos de los grandes problemas que nos acucian, por lo que no hay ningún final de la historia que valga cuando la globalización hace de las suyas beneficiando a pocos en detrimento de muchos. Los derechos humanos como conquista global y civilizatoria brillan por su ausencia en diversas latitudes, por lo que el Estado por completo se pone en entredicho.

Este componente político no puede entenderse sin el elemento tecnológico propio del siglo XXI; en efecto, y a decir de Harari, “antes de explorar soluciones potenciales para los problemas de la humanidad, necesitamos comprender mejor el desafío que plantea la tecnología”. Tópicos como la tecnología de la información, la biotecnología, la inteligencia artificial, la infotecnología o la biotecnología, por mencionar algunos, estarán presentes en el transcurso de las próximas décadas, por lo que es imperioso entenderlas desde este momento.

El profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén plantea por igual que “si el liberalismo, el nacionalismo, el islamismo o cualquier credo nuevo desea modelar el mundo de 2050, no solo necesitará dar sentido a la inteligencia artificial, a los algoritmos de macrodatos y a la bioingeniería: también tendrá que incorporarlos en una nueva narrativa que tenga significado”.

Por lo visto, es mucho lo que hay que analizar, desmenuzar y poner en contexto a la luz de las profundas reflexiones de Harari. El sentido de la intuición tendría que ser un sello distintivo para toda la humanidad de ahora en adelante, pues las pandemias, las crisis y las necesidades en un mundo complejo seguirán a la orden del día. La razón, en todo caso, debe ser nuestro buque insignia.

En nuestro anterior escrito hacíamos referencia a una de las extraordinarias obras de Yuval Noah Harari –“21 lecciones para el siglo XXI, trad. de Joandoménec Ros i Aragonès, Barcelona, Penguin Random House, 2018”-, el lúcido pensador contemporáneo tan indispensable para entender muchas de las problemáticas que atravesamos como sociedad, así como las que vendrán en un futuro no tan distante.

De manera particular, aludimos a la primera de las lecciones que apunta Harari en su libro, rotulada: “Decepción. El final de la historia se ha pospuesto”. En ella, nuestro autor sostiene que la célebre tesis del gran politólogo Francis Fukuyama sobre el final de la historia, por lo menos, se ha postergado. Y es que la historia, no lo olvidemos, es un mecanismo dialéctico por virtud del cual una tesis lleva a una antítesis y ésta a una síntesis, repitiendo el ciclo y arribando a una nueva tesis; los finales definitivos olvidan simple y sencillamente las enseñanzas de Hegel y Marx.

Hoy en día acudimos a un estado de poca o nula confianza sobre el liberalismo e incluso sobre la democracia, al punto de que hay sectores que prefieren las alternativas políticas radicales, populistas y extremistas, desde el comunismo hasta la extrema derecha, todas ellas con tintes autoritarios e incluso asemejadas al protofascismo.

Parafraseando a otro célebre filósofo de nuestros tiempos, Zygmunt Bauman -fallecido apenas en 2017-, vivimos en tiempos líquidos, en épocas de incertidumbre caracterizadas por su fragilidad y por lo quebradizo de los vínculos humanos. Es hasta cierto punto natural que mujeres y hombres deseen otras alternativas cuando sus proyectos de vida no son como habían imaginado.

La inseguridad, el desempleo y la poca certeza laboral, la desigualdad, el terrorismo o la crisis ambiental son sólo algunos de los grandes problemas que nos acucian, por lo que no hay ningún final de la historia que valga cuando la globalización hace de las suyas beneficiando a pocos en detrimento de muchos. Los derechos humanos como conquista global y civilizatoria brillan por su ausencia en diversas latitudes, por lo que el Estado por completo se pone en entredicho.

Este componente político no puede entenderse sin el elemento tecnológico propio del siglo XXI; en efecto, y a decir de Harari, “antes de explorar soluciones potenciales para los problemas de la humanidad, necesitamos comprender mejor el desafío que plantea la tecnología”. Tópicos como la tecnología de la información, la biotecnología, la inteligencia artificial, la infotecnología o la biotecnología, por mencionar algunos, estarán presentes en el transcurso de las próximas décadas, por lo que es imperioso entenderlas desde este momento.

El profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén plantea por igual que “si el liberalismo, el nacionalismo, el islamismo o cualquier credo nuevo desea modelar el mundo de 2050, no solo necesitará dar sentido a la inteligencia artificial, a los algoritmos de macrodatos y a la bioingeniería: también tendrá que incorporarlos en una nueva narrativa que tenga significado”.

Por lo visto, es mucho lo que hay que analizar, desmenuzar y poner en contexto a la luz de las profundas reflexiones de Harari. El sentido de la intuición tendría que ser un sello distintivo para toda la humanidad de ahora en adelante, pues las pandemias, las crisis y las necesidades en un mundo complejo seguirán a la orden del día. La razón, en todo caso, debe ser nuestro buque insignia.