/ jueves 13 de agosto de 2020

Presente y futuro de la democracia y sus ideales

“Para un régimen democrático, estar en transformación es su condición natural; la democracia es dinámica, el despotismo es estático y siempre igual a sí mismo”.- Norberto Bobbio

Por su gran cantidad de detractores, la democracia es una forma de gobierno que se replantea a sí misma de manera constante y frecuente.

El reacomodo ideológico y praxiológico de nacionalismos, chovinismos, populismos y otros “ismos”, así como la emergencia de las derechas -reaccionarias, irracionales y muchas veces carentes de sentido- por encima de los derechos, sin duda ha menguado algunos de los caracteres definitorios de las democracias contemporáneas.

En razón de lo anterior, siempre será necesario argumentar sobre el porvenir democrático e igualmente sobre su estado de cosas imperante, pues sólo a través de ese ejercicio de autocrítica es dable cimentar pasos robustos y solventes en la dirección correcta. A final de cuentas, no olvidemos que en alguna proporción la democracia se basa en el ensayo-error.

El libro llamado “El futuro de la democracia” (traducción de José Fernández Santillán, 1a. reimpresión de la 3a. edición, México, Fondo de Cultura Económica, 2003) de la autoría del insigne pensador y filósofo tanto de la política como del Derecho Norberto Bobbio, tiene más de treinta y cinco años de haber sido lanzado en su primera edición italiana y, sin embargo, cuenta con una gran cantidad de tesis, lecciones e ideas plenamente vigentes en los tiempos que corren.

Se trata de algunos de los asertos más luminosos que se han escrito en la historia reciente para asimilar en su justa dimensión las vicisitudes de los contextos democráticos, presentes en escenarios donde se han desvirtuado algunos de sus objetivos a causa de una clase política indolente y poco proclive a la procuración del bienestar colectivo en cuanto tal.

Dichos constructos ya forman parte, o deberían formar parte, de un presente democrático, no sólo por las tres décadas y media que han transcurrido desde la aparición de esta obra clásica e imprescindible sino además por el hecho del replanteamiento señalado al inicio de estas reflexiones o por el dinamismo que, en palabras del propio Bobbio, caracteriza a la democracia; para decirlo en otros términos: el futuro, en efecto, nos ha alcanzado, pero igualmente la necesidad de transformar y renovar el ideal democrático, lo cual de hecho se da en el día a día.

El ideal de Bobbio se nutre, como es bien sabido, de la precisión conceptual consistente en que la democracia es un conjunto de reglas del juego relativas a quién y cómo decide. Sin embargo, y como el mismo lo reconoce en la referida colección de ensayos, el ideal democrático se engarza con la necesidad de que otros ideales, valores para ser más específicos, actúen en consonancia con el propósito de una ciudadanía activa.

En esta tesitura, menciona a ideales como la tolerancia, la no violencia, “la renovación gradual de la sociedad mediante el libre debate de las ideas y el cambio de mentalidad y la manera de vivir”, así como la fraternidad.

La tolerancia es clave en democracia, habida cuenta de las variopintas expresiones que conviven en sociedades tan abiertas, complejas y heterogéneas como las de esta centuria.

Siempre y cuando sean legítimas, es decir, que no promuevan la discriminación o inciten discursos de odio, todas esas expresiones deben salvaguardarse en la esfera pública, en la arena colectiva.

La no violencia es igualmente una condición de posibilidad para un régimen democrático y una ciudadanía activa, pues además de que el belicismo es contrario al imperio de la ley y al poder legítimo, va en la dirección opuesta del orden y la armonía que tendrían que caracterizar a los grupos de personas deseosas de tener trayectorias vitales con dignidad y respeto.

Lo que Bobbio llama “la renovación gradual de la sociedad mediante el libre debate de las ideas y el cambio de mentalidad y la manera de vivir” implica tres asuntos a la vez: el cambio social por conducto de la libertad de expresión, la transformación de los hábitos mentales y cosmovisiones particulares, así como la visualización de la democracia como una forma y un sistema de vida, tal y como lo hace por ejemplo la Constitución mexicana en su artículo tercero, fracción II, inciso a). Finalmente, la fraternidad se proyecta como uno de los estandartes de la Revolución francesa -libertad, igualdad, fraternidad- y entraña el requerimiento de que las y los ciudadanos se asuman como compañeros de luchas colectivas y sostenedores de las mismas banderas.

Se puede advertir entonces que los valores en democracia no tendrían por qué ser meras quimeras inalcanzables, ininteligibles e incomprensibles, pues antes bien, se configuran como una parte medular de esa esencia democrática que la lleva a cuestionarse sus bondades e igualmente sus puntos deficitarios. No puede quedar de lado en la teoría y la práctica de una democracia para el siglo XXI.

“Para un régimen democrático, estar en transformación es su condición natural; la democracia es dinámica, el despotismo es estático y siempre igual a sí mismo”.- Norberto Bobbio

Por su gran cantidad de detractores, la democracia es una forma de gobierno que se replantea a sí misma de manera constante y frecuente.

El reacomodo ideológico y praxiológico de nacionalismos, chovinismos, populismos y otros “ismos”, así como la emergencia de las derechas -reaccionarias, irracionales y muchas veces carentes de sentido- por encima de los derechos, sin duda ha menguado algunos de los caracteres definitorios de las democracias contemporáneas.

En razón de lo anterior, siempre será necesario argumentar sobre el porvenir democrático e igualmente sobre su estado de cosas imperante, pues sólo a través de ese ejercicio de autocrítica es dable cimentar pasos robustos y solventes en la dirección correcta. A final de cuentas, no olvidemos que en alguna proporción la democracia se basa en el ensayo-error.

El libro llamado “El futuro de la democracia” (traducción de José Fernández Santillán, 1a. reimpresión de la 3a. edición, México, Fondo de Cultura Económica, 2003) de la autoría del insigne pensador y filósofo tanto de la política como del Derecho Norberto Bobbio, tiene más de treinta y cinco años de haber sido lanzado en su primera edición italiana y, sin embargo, cuenta con una gran cantidad de tesis, lecciones e ideas plenamente vigentes en los tiempos que corren.

Se trata de algunos de los asertos más luminosos que se han escrito en la historia reciente para asimilar en su justa dimensión las vicisitudes de los contextos democráticos, presentes en escenarios donde se han desvirtuado algunos de sus objetivos a causa de una clase política indolente y poco proclive a la procuración del bienestar colectivo en cuanto tal.

Dichos constructos ya forman parte, o deberían formar parte, de un presente democrático, no sólo por las tres décadas y media que han transcurrido desde la aparición de esta obra clásica e imprescindible sino además por el hecho del replanteamiento señalado al inicio de estas reflexiones o por el dinamismo que, en palabras del propio Bobbio, caracteriza a la democracia; para decirlo en otros términos: el futuro, en efecto, nos ha alcanzado, pero igualmente la necesidad de transformar y renovar el ideal democrático, lo cual de hecho se da en el día a día.

El ideal de Bobbio se nutre, como es bien sabido, de la precisión conceptual consistente en que la democracia es un conjunto de reglas del juego relativas a quién y cómo decide. Sin embargo, y como el mismo lo reconoce en la referida colección de ensayos, el ideal democrático se engarza con la necesidad de que otros ideales, valores para ser más específicos, actúen en consonancia con el propósito de una ciudadanía activa.

En esta tesitura, menciona a ideales como la tolerancia, la no violencia, “la renovación gradual de la sociedad mediante el libre debate de las ideas y el cambio de mentalidad y la manera de vivir”, así como la fraternidad.

La tolerancia es clave en democracia, habida cuenta de las variopintas expresiones que conviven en sociedades tan abiertas, complejas y heterogéneas como las de esta centuria.

Siempre y cuando sean legítimas, es decir, que no promuevan la discriminación o inciten discursos de odio, todas esas expresiones deben salvaguardarse en la esfera pública, en la arena colectiva.

La no violencia es igualmente una condición de posibilidad para un régimen democrático y una ciudadanía activa, pues además de que el belicismo es contrario al imperio de la ley y al poder legítimo, va en la dirección opuesta del orden y la armonía que tendrían que caracterizar a los grupos de personas deseosas de tener trayectorias vitales con dignidad y respeto.

Lo que Bobbio llama “la renovación gradual de la sociedad mediante el libre debate de las ideas y el cambio de mentalidad y la manera de vivir” implica tres asuntos a la vez: el cambio social por conducto de la libertad de expresión, la transformación de los hábitos mentales y cosmovisiones particulares, así como la visualización de la democracia como una forma y un sistema de vida, tal y como lo hace por ejemplo la Constitución mexicana en su artículo tercero, fracción II, inciso a). Finalmente, la fraternidad se proyecta como uno de los estandartes de la Revolución francesa -libertad, igualdad, fraternidad- y entraña el requerimiento de que las y los ciudadanos se asuman como compañeros de luchas colectivas y sostenedores de las mismas banderas.

Se puede advertir entonces que los valores en democracia no tendrían por qué ser meras quimeras inalcanzables, ininteligibles e incomprensibles, pues antes bien, se configuran como una parte medular de esa esencia democrática que la lleva a cuestionarse sus bondades e igualmente sus puntos deficitarios. No puede quedar de lado en la teoría y la práctica de una democracia para el siglo XXI.