/ jueves 6 de diciembre de 2018

Universidad y ciudadanía

“No hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente”.- Virginia Woolf

En esta nueva entrega de “Universidad y ciudadanía” hablaremos sobre la universalidad de ideas que debe prevalecer al interior de los centros de estudios superiores. En la Universidad debe ponerse de manifiesto, precisa y específicamente, lo diverso, lo plural, lo universal, la puesta en práctica de los distintos valores y principios que nos definen como universitarios, porque para ser universitario también hay que parecerlo.

La Universidad Juárez del Estado de Durango (UJED) es un ejemplo claro de lo anterior, pero con todo y ello, es imperioso maximizarlo y priorizarlo como uno de los tópicos centrales en nuestra agenda presente y futura.

La libertad de expresión es uno de los pilares fundamentales de lo que estamos comentando, así como la libertad de cátedra por tratarse de un tema propio de la Universidad. Y es que, definitivamente, la Universidad no se entiende si antes no se reivindica ni se autentica la idea de la libertad. Es uno de sus elementos consustanciales y coetáneos, pues sería un absurdo hablar de la Universidad sin tomarse en serio a la libertad.

La libertad es principio, máxima, dogma, derecho fundamental plenamente justiciable, directriz, plan programático, pero ante todo, es teoría y praxis, prédica y práctica, discurso y acción. Sin estos binomios no puede funcionar la libertad, aunque ello depende de ponerla en su contexto y no degenerarla, desvirtuarla o descontextualizarla, porque como es bien sabido, lo contrario implicaría un libertinaje.

En este mismo ámbito libertario, un axioma que cobra absoluta relevancia es la laicidad, la cual es por supuesto aplicable en su totalidad a la Universidad pública, pues la educación que imparta el Estado por sí mismo o a través de los centros de estudios que dependen del erario debe caracterizarse, precisamente, por esta nota de la laicidad, entendida como una decisión política fundamental mediante la cual hay una separación palmaria entre los asuntos religiosos y los asuntos de la vida pública.

Las universidades confesionales o adscritas a algún dogma religioso, efectivamente, quedan circunscritas al ámbito privado, lo cual refuerza la idea de la libertad y la posibilidad de que un estudiante universitario decida el crisol de sus estudios profesionales.

Una sociedad abierta requiere del concurso, entonces, de todos sus intervinientes cuando se hable de libertad, laicidad y universalidad de ideas. Los ciudadanos que se forman al interior de las Universidades deben ser capaces de procesar sus constructos cognitivos con base en el respeto y un conjunto similar de postulados básicos sin los cuales no puede sobrevivir el conglomerado social.

La heterogeneidad de ese componente social y el cosmopolitismo, propios del siglo XXI y de los tiempos de la globalización, hacen necesaria una apertura de mentes para procesar los avatares de las Universidades, pues es en éstas donde se construye la intelectualidad y el sentido crítico de una sociedad. El debate, la discusión y la deliberación tienen que proliferar de manera permanente en los espacios universitarios.

La tolerancia es otro elemento crucial en la ecuación de la universalidad, pues el derecho a disentir se pone de manifiesto como algo necesario, natural y normal en un espacio donde caben todas las ideas, y en donde el contraste de las mismas es vital igualmente hablando en términos de construcción de la democracia.

La tolerancia es entonces esa capacidad para encauzar los pensamientos diferentes y la natural disposición a no compartir todo un ideario, lo cual resulta capital para los centros de educación media superior y superior, pues los estudiantes de hoy serán los tomadores de decisiones del mañana. Tal circunstancia es digna de tener en cuenta.

El diálogo es crucial como estrategia de futuro pero también de presente en la edificación de cualquier proyecto de Universidad, pues en ningún centro educativo debe tener cabida la cerrazón, el autoritarismo, la negligencia o el despotismo.

El máximo de consenso y el mínimo de imposición es una punta de lanza de la democracia contemporánea, la cual por supuesto se replica cuando se habla de las Universidades, lugares propicios sin duda alguna para reafirmar ese sentido democrático como tal.

Tener presentes algunas de estas ideas es idóneo para la proyección de las Universidades como palancas de desarrollo, de lo cual no escapa la máxima casa de estudios en nuestra entidad federativa que es la UJED. La universalidad de ideas debe prevalecer, pero de manera idéntica, la interlocución social sólo avanzará si al interior de las universidades se procura argumentar con razones genuinas, auténticas y directas.

*El autor es encargado del Despacho de la Rectoría de la UJED. Su opinión es estrictamente personal y no representa necesariamente la postura institucional de la Universidad.

“No hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente”.- Virginia Woolf

En esta nueva entrega de “Universidad y ciudadanía” hablaremos sobre la universalidad de ideas que debe prevalecer al interior de los centros de estudios superiores. En la Universidad debe ponerse de manifiesto, precisa y específicamente, lo diverso, lo plural, lo universal, la puesta en práctica de los distintos valores y principios que nos definen como universitarios, porque para ser universitario también hay que parecerlo.

La Universidad Juárez del Estado de Durango (UJED) es un ejemplo claro de lo anterior, pero con todo y ello, es imperioso maximizarlo y priorizarlo como uno de los tópicos centrales en nuestra agenda presente y futura.

La libertad de expresión es uno de los pilares fundamentales de lo que estamos comentando, así como la libertad de cátedra por tratarse de un tema propio de la Universidad. Y es que, definitivamente, la Universidad no se entiende si antes no se reivindica ni se autentica la idea de la libertad. Es uno de sus elementos consustanciales y coetáneos, pues sería un absurdo hablar de la Universidad sin tomarse en serio a la libertad.

La libertad es principio, máxima, dogma, derecho fundamental plenamente justiciable, directriz, plan programático, pero ante todo, es teoría y praxis, prédica y práctica, discurso y acción. Sin estos binomios no puede funcionar la libertad, aunque ello depende de ponerla en su contexto y no degenerarla, desvirtuarla o descontextualizarla, porque como es bien sabido, lo contrario implicaría un libertinaje.

En este mismo ámbito libertario, un axioma que cobra absoluta relevancia es la laicidad, la cual es por supuesto aplicable en su totalidad a la Universidad pública, pues la educación que imparta el Estado por sí mismo o a través de los centros de estudios que dependen del erario debe caracterizarse, precisamente, por esta nota de la laicidad, entendida como una decisión política fundamental mediante la cual hay una separación palmaria entre los asuntos religiosos y los asuntos de la vida pública.

Las universidades confesionales o adscritas a algún dogma religioso, efectivamente, quedan circunscritas al ámbito privado, lo cual refuerza la idea de la libertad y la posibilidad de que un estudiante universitario decida el crisol de sus estudios profesionales.

Una sociedad abierta requiere del concurso, entonces, de todos sus intervinientes cuando se hable de libertad, laicidad y universalidad de ideas. Los ciudadanos que se forman al interior de las Universidades deben ser capaces de procesar sus constructos cognitivos con base en el respeto y un conjunto similar de postulados básicos sin los cuales no puede sobrevivir el conglomerado social.

La heterogeneidad de ese componente social y el cosmopolitismo, propios del siglo XXI y de los tiempos de la globalización, hacen necesaria una apertura de mentes para procesar los avatares de las Universidades, pues es en éstas donde se construye la intelectualidad y el sentido crítico de una sociedad. El debate, la discusión y la deliberación tienen que proliferar de manera permanente en los espacios universitarios.

La tolerancia es otro elemento crucial en la ecuación de la universalidad, pues el derecho a disentir se pone de manifiesto como algo necesario, natural y normal en un espacio donde caben todas las ideas, y en donde el contraste de las mismas es vital igualmente hablando en términos de construcción de la democracia.

La tolerancia es entonces esa capacidad para encauzar los pensamientos diferentes y la natural disposición a no compartir todo un ideario, lo cual resulta capital para los centros de educación media superior y superior, pues los estudiantes de hoy serán los tomadores de decisiones del mañana. Tal circunstancia es digna de tener en cuenta.

El diálogo es crucial como estrategia de futuro pero también de presente en la edificación de cualquier proyecto de Universidad, pues en ningún centro educativo debe tener cabida la cerrazón, el autoritarismo, la negligencia o el despotismo.

El máximo de consenso y el mínimo de imposición es una punta de lanza de la democracia contemporánea, la cual por supuesto se replica cuando se habla de las Universidades, lugares propicios sin duda alguna para reafirmar ese sentido democrático como tal.

Tener presentes algunas de estas ideas es idóneo para la proyección de las Universidades como palancas de desarrollo, de lo cual no escapa la máxima casa de estudios en nuestra entidad federativa que es la UJED. La universalidad de ideas debe prevalecer, pero de manera idéntica, la interlocución social sólo avanzará si al interior de las universidades se procura argumentar con razones genuinas, auténticas y directas.

*El autor es encargado del Despacho de la Rectoría de la UJED. Su opinión es estrictamente personal y no representa necesariamente la postura institucional de la Universidad.