/ sábado 14 de noviembre de 2020

Yemen: Desesperanza, indolencia y dolor

En 2015 inició un conflicto bélico en Yemen, uno de los países de los que pocas veces se habla en las noticias internacionales.

Como una de las consecuencias colaterales de la Primavera Árabe de 2011, el entonces presidente Ali Abdalá Saleh fue depuesto, por lo que el poder quedó en el vicepresidente Abdrabbuh Mansour Hadi, quien más tarde sufriría un golpe de Estado. Los nombres de Saleh y Hadi siguen estando presentes en el imaginario colectivo yemení, pues las fuerzas en conflicto son leales a uno y otro, sin dejar de tener en cuenta la presencia de la organización terrorista Al Qaeda. Claro está: Llega un momento donde los bandos en pugna comparten la responsabilidad, así en palabras llanas.

De entonces a la fecha este territorio que parece olvidado no por Dios sino por los criminales de guerra que han hecho posible la beligerancia permanente, ha pasado por un largo y sufrido viacrucis que además de haber provocado una enorme inestabilidad política, ha traído consigo una estimación de 60,000 muertos -según cálculos de la Comisión Europea-, la huida de 4 millones de personas y la necesidad de asistencia nutricional para otros 7 millones.

Una nota firmada por Mariano Ahijado en el diario español El País informa sobre la catástrofe que se ha esparcido sobre esta nación en plenos tiempos de coronavirus. Las personas desplazadas -de las que un 80% son mujeres y niños, lo cual no deja de resultar terrible para todos los efectos- y refugiadas observan de cerca los crímenes de lesa humanidad, sin que haya algo o alguien que las pueda ayudar.

Como no podía ser de otra manera, la crisis ha repercutido en numerosos aspectos de la vida púbica yemení; mencionemos sólo dos datos: Según el Índice de Percepción de Corrupción 2019 de Transparencia Internacional, Yemen obtuvo una calificación de 15/100, dando como resultado que ocupe el lugar 177 de 180 países evaluados para tales efectos; por otro lado, y de acuerdo con el Índice de Desarrollo Humano 2018 de las Naciones Unidas, este Estado bicontinental se sitúa en el lugar 178 de un universo de 189, consiguiendo una paupérrima nota de 0,452 -menos de la mitad del primer lugar Noruega, con 0,953-. Con corrupción y sin desarrollo humano, simple y sencillamente se fabrica un peligroso coctel de enormes proporciones que enfatiza las dificultades, de suyo presentes y latentes.

El Derecho Internacional Humanitario y el Derecho Internacional de los Derechos Humanos fallan, como también falla la política trasnacional, en casos como el de Yemen, donde impera la desolación. En efecto: la comunidad internacional tiene mucho de responsabilidad cuando las guerras civiles, los conflictos internos y en general cualquier asunto bélico se extiende por años. Si uno de los mandatos de la Carta de las Naciones Unidas y de esta institución como tal es el mantenimiento de la paz y seguridad internacionales, hay sonoros fracasos como el de Yemen. Bien sabemos, sin embargo, que las victorias tienen múltiples padres mientras que las derrotas son huérfanas.

La hecatombe humanitaria de Yemen debe ser una poderosa llamada de atención para el procesamiento de las diferencias y la necesaria coadyuvancia de la comunidad internacional, siempre bajo un entorno de derechos humanos y procuración de las referidas paz y seguridad internacionales. El mundo ya ha experimentado el intervencionismo de algunas potencias como Estados Unidos y Rusia en otros conflictos bélicos, quienes bajo una careta de ayuda, han terminado por acentuar la dimensión de las guerras, a sabiendas de que llevan consigo ambiciones de recursos como el petróleo y fines tanto de posicionamiento estratégico como geopolíticos en sí mismos.

Es tiempo de tomarnos los derechos en serio y actuar cuando es necesario. Lo anterior es así porque los derechos humanos, sin lugar a dudas, requieren de un activismo y un rol protagónico de la sociedad civil global y los gobiernos a escala planetaria. Hoy es Yemen pero mañana podrán ser otros lugares recónditos más parecidos al infierno que a un país en tiempos de globalización y cosmopolitismo.

En 2015 inició un conflicto bélico en Yemen, uno de los países de los que pocas veces se habla en las noticias internacionales.

Como una de las consecuencias colaterales de la Primavera Árabe de 2011, el entonces presidente Ali Abdalá Saleh fue depuesto, por lo que el poder quedó en el vicepresidente Abdrabbuh Mansour Hadi, quien más tarde sufriría un golpe de Estado. Los nombres de Saleh y Hadi siguen estando presentes en el imaginario colectivo yemení, pues las fuerzas en conflicto son leales a uno y otro, sin dejar de tener en cuenta la presencia de la organización terrorista Al Qaeda. Claro está: Llega un momento donde los bandos en pugna comparten la responsabilidad, así en palabras llanas.

De entonces a la fecha este territorio que parece olvidado no por Dios sino por los criminales de guerra que han hecho posible la beligerancia permanente, ha pasado por un largo y sufrido viacrucis que además de haber provocado una enorme inestabilidad política, ha traído consigo una estimación de 60,000 muertos -según cálculos de la Comisión Europea-, la huida de 4 millones de personas y la necesidad de asistencia nutricional para otros 7 millones.

Una nota firmada por Mariano Ahijado en el diario español El País informa sobre la catástrofe que se ha esparcido sobre esta nación en plenos tiempos de coronavirus. Las personas desplazadas -de las que un 80% son mujeres y niños, lo cual no deja de resultar terrible para todos los efectos- y refugiadas observan de cerca los crímenes de lesa humanidad, sin que haya algo o alguien que las pueda ayudar.

Como no podía ser de otra manera, la crisis ha repercutido en numerosos aspectos de la vida púbica yemení; mencionemos sólo dos datos: Según el Índice de Percepción de Corrupción 2019 de Transparencia Internacional, Yemen obtuvo una calificación de 15/100, dando como resultado que ocupe el lugar 177 de 180 países evaluados para tales efectos; por otro lado, y de acuerdo con el Índice de Desarrollo Humano 2018 de las Naciones Unidas, este Estado bicontinental se sitúa en el lugar 178 de un universo de 189, consiguiendo una paupérrima nota de 0,452 -menos de la mitad del primer lugar Noruega, con 0,953-. Con corrupción y sin desarrollo humano, simple y sencillamente se fabrica un peligroso coctel de enormes proporciones que enfatiza las dificultades, de suyo presentes y latentes.

El Derecho Internacional Humanitario y el Derecho Internacional de los Derechos Humanos fallan, como también falla la política trasnacional, en casos como el de Yemen, donde impera la desolación. En efecto: la comunidad internacional tiene mucho de responsabilidad cuando las guerras civiles, los conflictos internos y en general cualquier asunto bélico se extiende por años. Si uno de los mandatos de la Carta de las Naciones Unidas y de esta institución como tal es el mantenimiento de la paz y seguridad internacionales, hay sonoros fracasos como el de Yemen. Bien sabemos, sin embargo, que las victorias tienen múltiples padres mientras que las derrotas son huérfanas.

La hecatombe humanitaria de Yemen debe ser una poderosa llamada de atención para el procesamiento de las diferencias y la necesaria coadyuvancia de la comunidad internacional, siempre bajo un entorno de derechos humanos y procuración de las referidas paz y seguridad internacionales. El mundo ya ha experimentado el intervencionismo de algunas potencias como Estados Unidos y Rusia en otros conflictos bélicos, quienes bajo una careta de ayuda, han terminado por acentuar la dimensión de las guerras, a sabiendas de que llevan consigo ambiciones de recursos como el petróleo y fines tanto de posicionamiento estratégico como geopolíticos en sí mismos.

Es tiempo de tomarnos los derechos en serio y actuar cuando es necesario. Lo anterior es así porque los derechos humanos, sin lugar a dudas, requieren de un activismo y un rol protagónico de la sociedad civil global y los gobiernos a escala planetaria. Hoy es Yemen pero mañana podrán ser otros lugares recónditos más parecidos al infierno que a un país en tiempos de globalización y cosmopolitismo.