/ domingo 19 de agosto de 2018

El sol en perspectiva

La educación política

Una de las principales líneas en las que se desenvuelve la educación política, según lo postula Milton Luna Tamayo, es la del aprendizaje del respeto a la diversidad y el consecuente estímulo para el ejercicio de las libertades de todos.

Observa el distinguido educador ecuatoriano, Milton Luna Tamayo, que por educación y participación política debemos entender el conocimiento, pero también el ejercicio de los derechos y los deberes que nos corresponden en nuestra condición y calidad de ciudadanos.

De hecho, sostiene el prestigiado pensador e investigador en temas de la docencia contemporánea, tanto la educación como la participación política de los ciudadanos en los temas y en los aspectos que son motivo de interés público en su comunidad, son conocimientos y funciones necesarios para la vida en la medida en la que estas actividades nos preparan, nos ejercitan y nos adiestran para desarrollar mejores formas de existencia individual y colectiva, y ponen en movimiento nuestras más altas aptitudes humanas para la coexistencia justa, armónica y productiva.

Y es que, en efecto, puede decirse con propiedad, -con el autor citado-, que “mientras más politizada es una sociedad, mientras la mayoría de las personas que la integran conoce, ejerce sus derechos y cumple con sus obligaciones, sus libertades y responsabilidades… su calidad ciudadana se eleva y crece, con lo cual sus capacidades de interacción con el estado son más positivas y frecuentes”.

Con ciudadanos mejor formados y más activos en las tareas que a todos conciernen y a todos afectan, la política, en general, se dignifica y ennoblece: la ética social se amplía, el Estado de Derecho se acrecienta y la cultura de relación sube de nivel, por cuanto que la conciencia ciudadana se incrementa en la actividad práctica y adquiere un lugar preponderante en la vida diaria de la sociedad.

Si la política, en términos generales, no es sino el conjunto de las relaciones y de las interdependencias que existen entre los grupos humanos, la dignidad moral de las mismas ha de empezar por la convicción personal de cada quién para intervenir y cuidar del patrimonio cultural y del modo de ser que da su carácter a la sociedad en la que vive.

Se evita, por supuesto, con un criterio cívico y político, bien formado y con una conciencia ciudadana actuante, la manipulación masiva de los fabricantes de ideologías superfluas y de falsos ídolos en la escena pública, que son la crisis de las culturas y que con gran frecuencia son recursos de publicidad o propaganda empleados por quienes carecen de argumentos para convencer y de virtudes y armas legítimas para competir.

Y es que, -dice Milton Luna Tamayo- “Los ciudadanos con formación (y con práctica política), saben que el poder reside en ellos. Que los políticos electos, para cualquier puesto público, son sus representantes. Que estos tienen que cumplir con sus ofrecimientos y rendir cuentas. (---) Saben que los recursos del Estado son de todos y tienen que ser bien invertidos”.

“Los ciudadanos politizados, -continúa diciendo nuestro Autor-, con su participación y vigilancia permanente, impiden la corrupción y mejoran los servicios públicos. En tal sentido ejercen su sentido de corresponsabilidad en la realización de las políticas públicas. No dejan sólo al estado; caminan junto a él”.

Una de las principales líneas en las que se desenvuelve la educación política, según lo postula Milton Luna Tamayo, es la del aprendizaje del respeto a la diversidad y el consecuente estímulo para el ejercicio de las libertades de todos.

Se trata, con esto de incrementar nuestros recursos de inteligencia para evitar el riesgo de las manipulaciones y del funcionamiento de los aparatos ideológicos o publicitarios de los poderes públicos o de las tendencias políticas, proclives al adoctrinamiento tendiente a favorecer los sistemas que conducen al robustecimiento de regímenes autoritarios y antidemocráticos.

Es cierto, en teoría, la educación política general ha de conducirnos al ejercicio de una ciudadanía ética y responsable. De eso se trata en la práctica del juego de partidos, de la división de poderes, y de la democracia constitucional. No siempre, por desgracia las técnicas del poder en nuestro país han estado a la altura de estos valores e ideales políticos y nuestra experiencia ciudadana, en lo general, ha conocido más de la falsificación de estos principios que de su autenticidad en la práctica.

Pero por fortuna, los tiempos vienen cambiando. El último acontecimiento electoral ha venido a demostrar, sin lugar a dudas, que estos principios relativos a las potestades ciudadanas, no son entidades abstractas ni proyectos de vida pública ajenos a una realidad política consecuente con los principios democráticos.

Es de esperar, que la mejor enseñanza y el mayor aprendizaje que podamos recabar de tal acontecimiento, sea, para los efectos de nuestra formación y educación políticas, la experiencia viva y actuante de haber salido del anonimato de la multitud, por medio del sufragio, para convertirnos en auténticos seres sociales y políticos con conciencia cabal de sus deberes y obligaciones.

La educación política

Una de las principales líneas en las que se desenvuelve la educación política, según lo postula Milton Luna Tamayo, es la del aprendizaje del respeto a la diversidad y el consecuente estímulo para el ejercicio de las libertades de todos.

Observa el distinguido educador ecuatoriano, Milton Luna Tamayo, que por educación y participación política debemos entender el conocimiento, pero también el ejercicio de los derechos y los deberes que nos corresponden en nuestra condición y calidad de ciudadanos.

De hecho, sostiene el prestigiado pensador e investigador en temas de la docencia contemporánea, tanto la educación como la participación política de los ciudadanos en los temas y en los aspectos que son motivo de interés público en su comunidad, son conocimientos y funciones necesarios para la vida en la medida en la que estas actividades nos preparan, nos ejercitan y nos adiestran para desarrollar mejores formas de existencia individual y colectiva, y ponen en movimiento nuestras más altas aptitudes humanas para la coexistencia justa, armónica y productiva.

Y es que, en efecto, puede decirse con propiedad, -con el autor citado-, que “mientras más politizada es una sociedad, mientras la mayoría de las personas que la integran conoce, ejerce sus derechos y cumple con sus obligaciones, sus libertades y responsabilidades… su calidad ciudadana se eleva y crece, con lo cual sus capacidades de interacción con el estado son más positivas y frecuentes”.

Con ciudadanos mejor formados y más activos en las tareas que a todos conciernen y a todos afectan, la política, en general, se dignifica y ennoblece: la ética social se amplía, el Estado de Derecho se acrecienta y la cultura de relación sube de nivel, por cuanto que la conciencia ciudadana se incrementa en la actividad práctica y adquiere un lugar preponderante en la vida diaria de la sociedad.

Si la política, en términos generales, no es sino el conjunto de las relaciones y de las interdependencias que existen entre los grupos humanos, la dignidad moral de las mismas ha de empezar por la convicción personal de cada quién para intervenir y cuidar del patrimonio cultural y del modo de ser que da su carácter a la sociedad en la que vive.

Se evita, por supuesto, con un criterio cívico y político, bien formado y con una conciencia ciudadana actuante, la manipulación masiva de los fabricantes de ideologías superfluas y de falsos ídolos en la escena pública, que son la crisis de las culturas y que con gran frecuencia son recursos de publicidad o propaganda empleados por quienes carecen de argumentos para convencer y de virtudes y armas legítimas para competir.

Y es que, -dice Milton Luna Tamayo- “Los ciudadanos con formación (y con práctica política), saben que el poder reside en ellos. Que los políticos electos, para cualquier puesto público, son sus representantes. Que estos tienen que cumplir con sus ofrecimientos y rendir cuentas. (---) Saben que los recursos del Estado son de todos y tienen que ser bien invertidos”.

“Los ciudadanos politizados, -continúa diciendo nuestro Autor-, con su participación y vigilancia permanente, impiden la corrupción y mejoran los servicios públicos. En tal sentido ejercen su sentido de corresponsabilidad en la realización de las políticas públicas. No dejan sólo al estado; caminan junto a él”.

Una de las principales líneas en las que se desenvuelve la educación política, según lo postula Milton Luna Tamayo, es la del aprendizaje del respeto a la diversidad y el consecuente estímulo para el ejercicio de las libertades de todos.

Se trata, con esto de incrementar nuestros recursos de inteligencia para evitar el riesgo de las manipulaciones y del funcionamiento de los aparatos ideológicos o publicitarios de los poderes públicos o de las tendencias políticas, proclives al adoctrinamiento tendiente a favorecer los sistemas que conducen al robustecimiento de regímenes autoritarios y antidemocráticos.

Es cierto, en teoría, la educación política general ha de conducirnos al ejercicio de una ciudadanía ética y responsable. De eso se trata en la práctica del juego de partidos, de la división de poderes, y de la democracia constitucional. No siempre, por desgracia las técnicas del poder en nuestro país han estado a la altura de estos valores e ideales políticos y nuestra experiencia ciudadana, en lo general, ha conocido más de la falsificación de estos principios que de su autenticidad en la práctica.

Pero por fortuna, los tiempos vienen cambiando. El último acontecimiento electoral ha venido a demostrar, sin lugar a dudas, que estos principios relativos a las potestades ciudadanas, no son entidades abstractas ni proyectos de vida pública ajenos a una realidad política consecuente con los principios democráticos.

Es de esperar, que la mejor enseñanza y el mayor aprendizaje que podamos recabar de tal acontecimiento, sea, para los efectos de nuestra formación y educación políticas, la experiencia viva y actuante de haber salido del anonimato de la multitud, por medio del sufragio, para convertirnos en auténticos seres sociales y políticos con conciencia cabal de sus deberes y obligaciones.

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