/ sábado 13 de febrero de 2021

Globalización y pandemias

“Tal vez el peor aspecto de la globalización sea la infantilización del género humano”.- Amos Oz


El vertiginoso cambio que ha experimentado la sociedad en la era digital o era de la información, según sea la fórmula lingüística que prefiera utilizarse, no es sino una de las repercusiones del fenómeno globalizador que ha echado raíces desde hace ya muy buen tiempo.

Por virtud de la globalización se ha buscado reducir las fronteras, acentuar el intercambio comercial planetario, intensificar el tráfico y flujo de mercancías, reducir barreras arancelarias y potenciar el afán del capital.

Sin embargo, y como es bien sabido, a pesar de esas supuestas ventajas, también trae consigo inconvenientes de gran calado. Como ha sostenido Paulo Freire, “el discurso ideológico de la globalización busca ocultar que ella viene robusteciendo la riqueza de unos pocos y verticalizando la pobreza y la miseria de millones”. Tiene, en suma, aspectos positivos y negativos que es necesario colocar en el centro de la discusión.

La pandemia Covid-19 que hemos estado padeciendo desde hace ya prácticamente un año es un ejemplo palmario de lo bueno y lo malo de la globalización. El tránsito incalculable de personas y su circularidad por todo el mundo ocasionó que el virus SARS-COV-2, causante de la enfermedad del nuevo siglo, se propagara de forma por demás veloz. Por otro lado, en tiempo récord, científicos y médicos de todo el mundo lograron desarrollar vacunas para contrarrestar los efectos del citado virus, compartiendo avances, prácticas y metodologías orientadas a un mismo fin.

Lo anterior es ejemplo de dos visiones contrapuestas del fenómeno globalizador: uno de carácter hegemónico, orientado al capital y al consumo, y otro de índole alternativa, perspectiva que se ha intentado reivindicar desde hace algunas décadas a través de movimientos como el ecologismo, la paz y los hippies, el feminismo y los derechos humanos, por citar algunos de los más relevantes.

Desde luego, no han faltado las teorías de la conspiración según las cuales el virus fue esparcido a propósito por alguna oligarquía farmacéutica trasnacional interesada en acrecentar sus arcas. Más allá de este tipo de especulaciones estériles, lo que debemos hacer es observar de manera crítica los bemoles de la también denominada “mundialización” y empoderar sus bondades.

La globalización sanitaria a la que deberíamos apuntar en un futuro cercano debe ir en sintonía con un proceso de conversión que algunos han llamado “de las y los pacientes a las y los ciudadanos sanitarios”, por virtud del cual se ponga en la parte medular de la ecuación al derecho fundamental a la protección de la salud, sin dejar de tener en consideración a otro derecho humano capital como es el derecho a la vida.

La globalización jurídica y política encuentran en los derechos humanos a uno de sus puntos centrales de inflexión, por lo que la sociedad y los gobiernos deben generar estrategias de gobernanza y participación ciudadana, a partir de las cuales las eventuales crisis sean tratadas, asumidas y resueltas desde una perspectiva de horizontalidad en la toma de decisiones.

De cara al futuro, la globalización debe direccionar sus esfuerzos a la consecución de las libertades públicas, la igualdad y el resto de derechos preconizados sagradamente por las Constituciones y los tratados internacionales a lo largo y ancho del orbe. Ello, claro está, sólo puede darse en clave de ciudadanía, pues los grandes factores de poder económico y político querrán salvaguardar sus enormes cotos, ya adquiridos desde hace varias décadas.

La pandemia que venga después del Covid-19 tendría que encontrarse a una ciudadanía mucho más preparada, informada y protegida de los potenciales riesgos que se encuentran tanto en la flora y la fauna como en los laboratorios de la industria farmacéutica, del sector investigativo e incluso de algunos sectores criminales que tienen verdaderas armas biológicas y químicas a su alcance. Debemos estar muy al pendiente.

“Tal vez el peor aspecto de la globalización sea la infantilización del género humano”.- Amos Oz


El vertiginoso cambio que ha experimentado la sociedad en la era digital o era de la información, según sea la fórmula lingüística que prefiera utilizarse, no es sino una de las repercusiones del fenómeno globalizador que ha echado raíces desde hace ya muy buen tiempo.

Por virtud de la globalización se ha buscado reducir las fronteras, acentuar el intercambio comercial planetario, intensificar el tráfico y flujo de mercancías, reducir barreras arancelarias y potenciar el afán del capital.

Sin embargo, y como es bien sabido, a pesar de esas supuestas ventajas, también trae consigo inconvenientes de gran calado. Como ha sostenido Paulo Freire, “el discurso ideológico de la globalización busca ocultar que ella viene robusteciendo la riqueza de unos pocos y verticalizando la pobreza y la miseria de millones”. Tiene, en suma, aspectos positivos y negativos que es necesario colocar en el centro de la discusión.

La pandemia Covid-19 que hemos estado padeciendo desde hace ya prácticamente un año es un ejemplo palmario de lo bueno y lo malo de la globalización. El tránsito incalculable de personas y su circularidad por todo el mundo ocasionó que el virus SARS-COV-2, causante de la enfermedad del nuevo siglo, se propagara de forma por demás veloz. Por otro lado, en tiempo récord, científicos y médicos de todo el mundo lograron desarrollar vacunas para contrarrestar los efectos del citado virus, compartiendo avances, prácticas y metodologías orientadas a un mismo fin.

Lo anterior es ejemplo de dos visiones contrapuestas del fenómeno globalizador: uno de carácter hegemónico, orientado al capital y al consumo, y otro de índole alternativa, perspectiva que se ha intentado reivindicar desde hace algunas décadas a través de movimientos como el ecologismo, la paz y los hippies, el feminismo y los derechos humanos, por citar algunos de los más relevantes.

Desde luego, no han faltado las teorías de la conspiración según las cuales el virus fue esparcido a propósito por alguna oligarquía farmacéutica trasnacional interesada en acrecentar sus arcas. Más allá de este tipo de especulaciones estériles, lo que debemos hacer es observar de manera crítica los bemoles de la también denominada “mundialización” y empoderar sus bondades.

La globalización sanitaria a la que deberíamos apuntar en un futuro cercano debe ir en sintonía con un proceso de conversión que algunos han llamado “de las y los pacientes a las y los ciudadanos sanitarios”, por virtud del cual se ponga en la parte medular de la ecuación al derecho fundamental a la protección de la salud, sin dejar de tener en consideración a otro derecho humano capital como es el derecho a la vida.

La globalización jurídica y política encuentran en los derechos humanos a uno de sus puntos centrales de inflexión, por lo que la sociedad y los gobiernos deben generar estrategias de gobernanza y participación ciudadana, a partir de las cuales las eventuales crisis sean tratadas, asumidas y resueltas desde una perspectiva de horizontalidad en la toma de decisiones.

De cara al futuro, la globalización debe direccionar sus esfuerzos a la consecución de las libertades públicas, la igualdad y el resto de derechos preconizados sagradamente por las Constituciones y los tratados internacionales a lo largo y ancho del orbe. Ello, claro está, sólo puede darse en clave de ciudadanía, pues los grandes factores de poder económico y político querrán salvaguardar sus enormes cotos, ya adquiridos desde hace varias décadas.

La pandemia que venga después del Covid-19 tendría que encontrarse a una ciudadanía mucho más preparada, informada y protegida de los potenciales riesgos que se encuentran tanto en la flora y la fauna como en los laboratorios de la industria farmacéutica, del sector investigativo e incluso de algunos sectores criminales que tienen verdaderas armas biológicas y químicas a su alcance. Debemos estar muy al pendiente.