/ domingo 9 de agosto de 2020

Oposiciones

Es verdad, la oposición está aniquilada. Quiero decir la oposición partidista, que es la única que existe. Hago la aclaración porque para el lopezobradorismo aquel que no sea servil a su proyecto es estigmatizado como opositor.

Así, un periodista crítico a su gobierno, el INE en su conjunto, o una acción del poder judicial que le sea adversa, entran inmediatamente, según concepción binaria del mundo, al costal de los opositores moralmente derrotados. Es un recurso tramposo, carroña para sus radicales seguidores, ávidos de confrontar y encontrar enemigos para descargar su cólera y frustración.

Los ejemplos antes citados son contrapesos. No son pulcros, ni sus actos inmunes a la crítica, pero no son esencialmente opositores al gobierno. La distinción importa, porque la tentación de cooptar puede apoyarse en esa falacia. Los recurrentes ataques al INE y a organismos autónomos son prueba de ello. Al asociarlos con los partidos contrarios al que gobierna, es menos costoso en la opinión pública el intento de desaparecerlos o capturarlos, como ya ocurrió con la CNDH.

Es cierto que la asignación de puestos en muchos de esos organismos y en el poder judicial obedecía al sistema, tan característico de la transición mexicana a la democracia, de cuotas partidistas. El problema es que la izquierda que hoy gobierna también participó en ese arreglo institucional que hoy desdeña. Además, lo que debería hacerse en todo caso es mejorar los procesos de selección, no convertir a esos organismos en secretarías al servicio del ejecutivo, como se pretende, con la coartada de que todo el entramado jurídico-institucional debe escuchar el llamado de las urnas.

Pero quería hablar de la verdadera oposición, la de los partidos políticos, esos viejos cascarones sin credibilidad alguna. No hay una sola figura relevante en ellos con la presencia mediática que tuvo López Obrador cuando él mismo era oposición. Si acaso, un par de gobernadores envalentonados cuyo numerito se cae apenas se hurga un poco en sus respectivas gestiones. Alguna diputada que sigue hablando de Venezuela, la inminente llegada al comunismo, forzando ridículas semejanzas entre el nazismo y el gobierno de AMLO. Fuera de eso, no hay nada relevante, ningún programa ideológico concreto que sea atractivo al electorado más allá de un insulso discurso antiobradorista.

Tienen a su favor los errores del gobierno federal, que ya son la regla, y el natural debacle del apoyo electoral a Morena. Así ha pasado con todos los partidos y lo mismo será con el movimiento del presidente. El 2018 no se repetirá jamás. Pero el desprestigio acumulado por años, el cinismo con el que critican lo que precisamente ellos hacían y por lo que se les expulsó del poder, reafirman el apoyo popular a Morena, si bien en descenso, y lo hacen el rival a vencer en las elecciones del próximo año. La absoluta decepción tarda en verse reflejada en las urnas. Al PAN le llegó después de dos sexenios. No sería raro que Morena siguiera obtenido triunfos, aunque cada vez más cerrados.

Por otro lado, seguramente habrá una notable fragmentación, lo que siempre ayuda al partido en el poder. Que Felipe Calderón siga activo en la conversación pública le cae como anillo al dedo al presidente en su ánimo de buscar rivales, evocar eternamente el pasado y de polarizar el debate. Pero el mayor beneficio que le da el merecidamente desprestigiado Calderón a AMLO es la fuga de votos del PAN que irán a parar en el anecdótico partido conyugal del expresidente.

Es cierto que la asignación de puestos en muchos de esos organismos y en el poder judicial obedecía al sistema, tan característico de la transición mexicana a la democracia, de cuotas partidistas. El problema es que la izquierda que hoy gobierna también participó en ese arreglo institucional que hoy desdeña.

Es verdad, la oposición está aniquilada. Quiero decir la oposición partidista, que es la única que existe. Hago la aclaración porque para el lopezobradorismo aquel que no sea servil a su proyecto es estigmatizado como opositor.

Así, un periodista crítico a su gobierno, el INE en su conjunto, o una acción del poder judicial que le sea adversa, entran inmediatamente, según concepción binaria del mundo, al costal de los opositores moralmente derrotados. Es un recurso tramposo, carroña para sus radicales seguidores, ávidos de confrontar y encontrar enemigos para descargar su cólera y frustración.

Los ejemplos antes citados son contrapesos. No son pulcros, ni sus actos inmunes a la crítica, pero no son esencialmente opositores al gobierno. La distinción importa, porque la tentación de cooptar puede apoyarse en esa falacia. Los recurrentes ataques al INE y a organismos autónomos son prueba de ello. Al asociarlos con los partidos contrarios al que gobierna, es menos costoso en la opinión pública el intento de desaparecerlos o capturarlos, como ya ocurrió con la CNDH.

Es cierto que la asignación de puestos en muchos de esos organismos y en el poder judicial obedecía al sistema, tan característico de la transición mexicana a la democracia, de cuotas partidistas. El problema es que la izquierda que hoy gobierna también participó en ese arreglo institucional que hoy desdeña. Además, lo que debería hacerse en todo caso es mejorar los procesos de selección, no convertir a esos organismos en secretarías al servicio del ejecutivo, como se pretende, con la coartada de que todo el entramado jurídico-institucional debe escuchar el llamado de las urnas.

Pero quería hablar de la verdadera oposición, la de los partidos políticos, esos viejos cascarones sin credibilidad alguna. No hay una sola figura relevante en ellos con la presencia mediática que tuvo López Obrador cuando él mismo era oposición. Si acaso, un par de gobernadores envalentonados cuyo numerito se cae apenas se hurga un poco en sus respectivas gestiones. Alguna diputada que sigue hablando de Venezuela, la inminente llegada al comunismo, forzando ridículas semejanzas entre el nazismo y el gobierno de AMLO. Fuera de eso, no hay nada relevante, ningún programa ideológico concreto que sea atractivo al electorado más allá de un insulso discurso antiobradorista.

Tienen a su favor los errores del gobierno federal, que ya son la regla, y el natural debacle del apoyo electoral a Morena. Así ha pasado con todos los partidos y lo mismo será con el movimiento del presidente. El 2018 no se repetirá jamás. Pero el desprestigio acumulado por años, el cinismo con el que critican lo que precisamente ellos hacían y por lo que se les expulsó del poder, reafirman el apoyo popular a Morena, si bien en descenso, y lo hacen el rival a vencer en las elecciones del próximo año. La absoluta decepción tarda en verse reflejada en las urnas. Al PAN le llegó después de dos sexenios. No sería raro que Morena siguiera obtenido triunfos, aunque cada vez más cerrados.

Por otro lado, seguramente habrá una notable fragmentación, lo que siempre ayuda al partido en el poder. Que Felipe Calderón siga activo en la conversación pública le cae como anillo al dedo al presidente en su ánimo de buscar rivales, evocar eternamente el pasado y de polarizar el debate. Pero el mayor beneficio que le da el merecidamente desprestigiado Calderón a AMLO es la fuga de votos del PAN que irán a parar en el anecdótico partido conyugal del expresidente.

Es cierto que la asignación de puestos en muchos de esos organismos y en el poder judicial obedecía al sistema, tan característico de la transición mexicana a la democracia, de cuotas partidistas. El problema es que la izquierda que hoy gobierna también participó en ese arreglo institucional que hoy desdeña.